miércoles, 3 de diciembre de 2008

Zemlinsky (I): “Una Tragedia Florentina”

Alexander von Zemlinsky nació en Viena en 1871 en el seno de una familia de complejas raíces socio-culturales (padre eslovaco católico convertido al judaísmo, y madre mitad sefardita-mitad musulmana). Cursó sus estudios musicales en el prestigioso conservatorio vienés, y sus primeras composiciones merecieron el elogio de Brahms. En 1894 conoció a Schoenberg quien además de cuñado, sería su discípulo al igual que Korngold. En 1900 comenzó su gran carrera de director musical en el Theater an der Wien, pasando en 1907 a la Ópera de Viena de la mano de Mahler. Su gran etapa de director discurrió en Praga en el Neues Deutsches Theather donde tuvo como asistentes a personalidades como Erich Kleiber, Anton Webern, Georg Szell… Allí se convirtió en un dinamizador cultural de la ciudad, y estrenó Erwartung de Schoenberg y fragmentos del Wozzeck de Berg. En 1927 aceptó la oferta de Otto Klemperer para codirigir la Kroll Oper de Berlin. Debido al ascenso nazi volvió a Viena, y tras la anexión alemana de Austria se trasladó a Nueva York donde murió en 1942 dejando incompleta su última ópera.

Pese a su amistad, colaboración e incluso parentesco con Arnold Schoenberg, nunca se vio tentado por el dodecafonismo, alegaba que "necesitaba sentir junto a él el seguro de las relaciones de jerarquía tonal". Explorando y explotando el mundo de las disonancias y el cromatismo, desarrolló y engrandeció el expresionismo tonal de corte clásico, muy en la línea de Franz Schreker. Sus nunca disimuladas influencias provienen de Brahms y Wagner y llegan hasta Mahler y Richard Strauss.

Eine Florentinische Tragödie op. 16, basada en una obra teatral de Oscar Wilde traducida al alemán por Max Meyerfeld, fue estrenada en Stuttgart en enero de 1917. Seguía una moda imperante en esa época de óperas de ambientación renacentista italiana: Mona Lisa, Violanta, Die Gezeichneten, e incluso el Gianni Schicchi pucciniano.

Se trata de una ópera en un solo acto, que al igual que Salome o Elektra en cuyas fuente bebe, se abre con unos fieros acordes orquestales. No sólo comparte el arranque con esas dos obras maestras straussianas, sino todo el profundo desvarío psicológico de un ambiente claustrofóbico y decadente, cuya resolución exige la tragedia. Con tan sólo un triángulo amoroso protagonista va progresando la tensión dramática gracias a la magnífica orquestación de Zemlinsky. Tras la Obertura, a modo de escena de amor de los esposos, el clímax se va preparando poco a poco hasta la escena del asesinato, y se resuelve en un final lírico, imprevisto, enfermizo e irreal.
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Con un pie en la más pura tradición brahmsiana y otro en el más descarado cromatismo, al límite de la tonalidad, es un canto al más limpio expresionismo entendido como ultrahiperromanticismo. La orquestación es muy sugestiva, como corresponde a un brillantísimo orquestador: sugerente, envolvente y de gran exuberancia tímbrica. La línea conductora de la obra son los ariosos de Simone, que van reflejando el profundo cambio psicológico que va sufriendo el personaje: simple y efectivo.

El comienzo de la obra, una alegoría entre el amor y la muerte, es una soberbia Obertura orquestal:



Simone, rico comerciante florentino, recién llegado de un viaje de negocios, se encuentra a su mujer Bianca con el Príncipe Guido Bardi. Tras la relación obsequiosa y mercantil del inicio, van dejando aflorar una antipatía mutua. Ya desde muy temprano introduce la primera alusión a la muerte:



Enemistad que va decantándose hacia el menosprecio por parte del noble, y el odio por parte del burgués según va asimilando la relación entre los dos amantes. El desenlace es obligado, la tensión es máxima y sólo la venganza y la sangre la puede calmar. Imprevisiblemente Simone mata a Guido. Tras el éxtasis, la gloria en una imposible reconciliación:

- ¿por qué no me habías dicho que eras tan fuerte?
- ¿por qué no me habías dicho que eras tan hermosa?



Iris Vermillion, mezzo (Bianca)
Heinz Kruse, tenor (Guido Bardi)
Albert Dohmen, barítono (Simone)
Royal Concertgebouw Orchestra
Riccardo Chailly
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5 comentarios:

Joaquim dijo...

Que ganas tenía yo de hablar de esta obra, pero mejor que tu, imposible.

Demasiado olvidado todo el opus de Zemlinsky.

Esa orquestación elegante y esa escritura rozando el espresionismo musical son absolutamente fascinantes.

Hay quien dice que Zemlinsky en la Florentinische Tragödie pone voz al silencio a través de la música.

La versión de Chailly es espléndida

Anónimo dijo...

A pesar de que es, para mi, muy deprimente (me refiero a la lectura que he hecho del libreto), no conocía esta obra y tengo que reconocer que me ha fascinado la música, la orquestación principalmente... Una experiencia musical más. !Gracias!

Anónimo dijo...

Muchas gracias. Disfruto mucho con su página. Un saludo

Titus dijo...

Me encanta esta obra, gracias por recordarla, nunca está de más tratándose de uno de los olvidados.

Barbebleue dijo...

¡Bienvenida Concepción Julia!
Es un placer tenerte de asidua lectora en mi Castillo, y también un honor poner un enlace a tu estupendo blog, al que ya me estoy asomando.

Y a todos: amenazo con seguir enredando con Zemlinsky...