viernes, 30 de julio de 2010

Agrippina Hallenberg

Otra cita ineludible del Via Stellae 2010 fue la versión semiescenificada de la ópera veneciana de GF HändelAgrippina”. Escrita en 1709 sobre un libreto del Cardenal Grimani, a partir de música de sus Cantatas italianas, arias de otros compositores y en especial de su oratorio La Resurrezione; algunos de sus números se mantendrían vigentes en Rinaldo y en otras fruslerías. Algo común en la época: una especie de radiofórmula alla barocca.
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El meritorio libreto nos narra a través de dos personajes femeninos bien perfilados, Agrippina y Poppea, las maquinaciones de la primera (todo un lobby) para intentar, y conseguir, nombrar a su hijo Nerón heredero al trono romano de Claudio. Un enredo de situaciones softcore, dignas de unas Bodas mozartianas: vanidad, lujuria, orgullo, ira, redimidos por el amor y la bondad, para un bonito final moralizante.
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Händel escogió y compuso música variada e ilustrativa, brillante y explícita, para dar coherencia y dramatismo a las diversas situaciones de la corte imperial; repasando los distintos estados de ánimo de los personajes, expuestos todos ellos a los designios de la inmoralidad –Agrippina- y de la astucia –Poppea- Con la luminosa belleza, y la atractiva maestría de un joven pero suficientemente preparado Georg Friedrich.
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Fabio Biondi acudió a Santiago de Compostela con su orquesta barroca, Europa Galante, y un elenco de cantantes muy similar al estreno en el Malibran veneciano del pasado otoño, con la orquesta de La Fenice. La obra se presentó con la orquesta sobre el escenario, atrás, y los actores interactuando en los escasos metros que quedaban de tablas y el patio de butacas, bajo la dirección escénica de Davide Livermore . Sobre el fondo, unas reiterativas proyecciones de sombras a cargo del grupo Controluce, que poco aportaban.
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Ann Hallenberg: tal vez la mejor mezzo händeliana del momento fue una Agrippina con enjundia. Intensa y expresiva en el recitativo, poderosa y subyugante en las arias, siempre dueña de un fraseo goloso, de una tímbrica embriagadora y de una expresividad contagiosa: una voz que engancha. Un portento de determinación que consigue implicar al público, mientras se embolsa un triunfo sin paliativos: carisma creo que se le llama a esto. Imperial fue su atormentada interpretación de “Pensieri, voi mi tormentate” del acto II:
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Verónica Cangemi: una Poppea dulce pero decidida, menos expresiva que su oponente, de gratísimo timbre y atractiva línea de canto. Comedida en emotividad, un tanto exigua en personalidad.
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Lorenzo Regazzo: un Claudio abufonado, inestable, border line, sobreactuado a lo Jack Nicholson, pero bien dicho por el bajo italiano: enfático, extrovertido, expansivo, poniendo en valor un instrumento vocal nada llamativo.
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Xabier Sábata: un Ottone con empaque, resaltando la debilidad del personaje con una gran actuación y unas dotes canoras adecuadísimas. Vibrante y hermoso.
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José María Lo Monaco: mezzo de nombre invertido, de canto contenido para un inestable Nerone; nada especial pero resultón.
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Ugo Guagliardo: Pallante de empuje y tronío.
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Milena Storti: un pobre Narciso, de emisión heterogénea, ligerilla y poco atractiva
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Davide Malvestia: suficiente para salvar su secundario personaje –Lesbo- y su apellido.
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Europa Galante se decantó por el lado casto, recatado, de escasa fantasía, para una partitura en muchas ocasiones lasciva. Sonoridad escasa de brillo; por momentos, agreste y desabrida; corta de dinámicas, siempre en un segundo plano sonoro. Faltó intensidad y amplessi en la orquesta pese a la actividad de un incansable Fabio Biondi.
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En todo caso una cima… y volviendo al símil ciclista: fue una pena que no hubiese una tercera, para evocar las míticas Tres Cimas del Lavaredo… y sus imprescindibles TreintainueveVeinticinco.

viernes, 23 de julio de 2010

Orlando, furioso; Lemieux, exultante

Decíamos ayer…
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... que las óperas barrocas son el Tourmalet del Festival Via Stellae. Intensas, elevadas, decisivas, demoledoras… un Rubicón donde un buen festival se juega éxito y reputación.
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Un año más (y van …) el Via Stellae compostelano ha acertado de pleno: obras, repartos, orquestas, directores… En esta edición nos proponían dos títulos: la Agrippina de GF Händel, y el Orlando Furioso de A Vivaldi.
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El segundo Orlando vivaldiano es una obra desatada, rebosante de excesos, escaparate de affetti, colmada de recursos dramáticos: magia, locura, ternura, desesperación,… Compuesta en 1727 para el teatro San Angelo de Venecia, contó con un gran reparto en su época, al igual que el que se subió a las tablas del Teatro Principal de SdC en versión de concierto: un elenco redondo, homogéneo, adecuado, musical, y una orquesta, la Venice Baroque, con toda la magia y el brillo veneciano en todos sus atriles; al mando, un experto: un Andrea Marcon animado, positivo, contento, generoso…
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Orlando: Marie-Nicole Lemieux: bajo un look y un lenguaje corporal a lo Rosa de España, asomaba un carácter indómito e incontenible que, desde la sobreactuación, oscilaba entre el puro infantilismo ingenuo hasta la demencial fiereza, realzada por una expansiva voz más de mezzo que de contralto, fecunda en armónicos, bien gobernada y homogénea, cordial coloratura, inmensa riqueza musical, como un abrazo de corcheas. Su escena de locura fue de ídem, al igual que el recibimiento del público en los saludos.
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Marie-Nicole Lemieux: aria de Orlando "Nel profondo cieco mondo"
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Alcina (Marina Prudenskaya): típica mezzo eslava, más larga que un día sin pan, de voz entubada y escasos matices. Muy nerviosa y algo ausente dramáticamente de la función, leyó sus atractivas arias de una forma un tanto académica, sin salsa, ni grasa, ni personalidad.
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Bradamante (Romina Basso): en un papel adecuadísimo a sus cualidades supo brillar Romina, demostrando categoría y entrega, belleza y pasión, juventud y arrebato. Bravo!
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Angelica (Inga Kalna): comienzo heterogéneo y titubeante para ir consolidando el personaje más tierno, con unas aterciopeladas arias intimistas, y una voz que se fue ajustando como un guante al rol.
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Medoro (Martín Oro): equilibrio, buen gusto, profundidad, empaque…
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Ruggiero (David D. Q. Lee): una excelente impresión dejó este contratenor de exquisito gusto en el fraseo, bello timbre y sonoro instrumento.
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Astolfo (Luca Tittoto): barítono atenorado de vocalidad brillante y creíble, buena y agradable emisión.
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La orquesta veneciana estuvo maravillosa: de sonoridad untuosa en cuerdas y maderas, brillante y soleada, suculenta de dinámicas, amplias pero bajo control. Andrea Marcon desde el clave pilotaba con buen tino la nave a través de esos mundos feéricos y encantadores que el bueno del Prete Rosso nos dejó de regalo.
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Grazie, signor Antonio!