En el núcleo del invierno, cuando la luz se extiende y el frío aumenta, cuando la noche se ilumina con Orión y la mañana se tiñe de blanco, cuando las mimosas viran al amarillo y la gripe se vuelve epidemia, es cuando más me atrae Brahms.
Ese Brahms maduro, orondo y barbudo, solitario e ictérico: el ser que observa, reflexiona y recuerda. El hombre que vuelve al piano solo, y nos escribe sentimientos intensos, pensando en una mujer llamada Clara, como el Intermezzo opus 117 número 2.
Tiempo después un tal Arturo, los hace volar: