El
Concierto para violín y orquesta número 1 de Philip Glass (1937) es
un ejemplo certero y hermoso no solo del arte musical del compositor
de Baltimore, sino también de este estilo de Música.
El
Minimalismo surgió a comienzos de los años sesenta como música
experimental en determinados ambientes estadounidenses, a través de
obras de algunos de su máximos representantes como La Monte Young y
Terry Riley, pasando luego a Europa a través de nombres conocidos
como Michael Nyman, Win Mertens, Arvo Pärt o Ludovico Einaudi (sobre
quien volveremos en breve).
El
estilo, con sus variaciones personales, comparte una serie de
tipologías según Kyle Gann:
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Armonía estática, en forma de pulsos constantes.
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Repetición sistemática de motivos breves.
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Patrones graduales, lineares o geométricos.
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Ritmo estático, a menudo motorizado.
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Instrumentación sincrónica.
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Tonos puros.
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Influencias de músicas no occidentales.
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Esencialismo de formas.
Como
decíamos muchas de estas características podemos encontrarlas sin
dificultad en el Concierto de Philip Glass, otro de los nombres mayores de
este género. Fue encargado por la Orquesta de Compositores
Americanos para el violinista Paul Zukofsky y estrenado en 1987,
siendo desde entonces una de las obras orquestales más reconocidas y
bellas de Glass. Una partitura de sabor enigmático que produce un extraño y atractivo
desasosiego y que atrapa desde la primera escucha.
Fue
escrito en tres movimientos:
Movimiento
I: comienza con acordes en pulsos, que se irán repitiendo durante
todo el movimiento, con una entrada precoz del solista con rápidos
arpegios en forma de danza, para acometer una deliciosa melodía en
la zona aguda, tras los acordes iniciales en la sección de metales.
Progresa en diferentes variaciones de los elementos expuestos, para
terminar en un diminuendo de las figuras del violín.
Movimiento
II: tras una oscilación musical en acordes se establece un bajo ostinato
en maderas y cuerdas graves sobre cuya armonía el violín solista va
desgranando figuras de notas sostenidas, que generan una
inestabilidad musical responsable del desasosiego que provoca la
obra.
Movimiento
III: retomando el ambiente del primer movimiento, y tras un acorde
inicial, aparece un marcado ritmo latino, potenciado por la
percusión, que sirve de introducción a la vibrante danza del
solista, acrecentándose con dramatismo y angustia hasta el lento final, donde
cae el ritmo, vuelve el acorde pulsátil del comienzo de la obra para
ir desvaneciendo la música en total sosiego.
(vídeos
HenriVieuxtemps)