Aún siendo casi inclasificable el estilo y su evolución en
Alexander Scriabin, intentamos sistematizar su obra en etapas e influencias.
Tras un primer período romántico chopiniano-lisztiano, en una segunda fase evolutiva podemos
rastrear la descomunal influencia de Richard Wagner (la dinámica, el cromatismo,
el misticismo) así como, no tan lejana a la anterior, la escuela impresionista
francesa (con Claude Debussy a la cabeza) en la técnica de atmósfera irreal, hipnótica, ensoñadora,
deconstuída...
La Sonata
para piano n. 4 en Fa sostenido Mayor op.30 compuesta en 1903 es buen ejemplo
de lo antedicho, con ese carácter de romanticismo decadente necesitado de
nuevas vías expresivas, donde la tonalidad se va desvaneciendo. La más breve de
sus Sonatas, está escrita en dos movimientos:
Andante sosegado
pero expresivamente seductor, erótico para algunos críticos; un vuelo lírico
que finaliza en el attacca al Prestissimo volando de impulso
beethoveniano y que alcanza su culminación orgiástica en la restitución del
tema del Andante.
Vivamos esas sensaciones de la mano de Vladimir Sofronitsky, gran intérprete de Scriabin:
Tratando de aligerar el Castillo, vamos levantando brumas y despejando
ambientes, dejando en el aire un cierto sentido de Tristeza (Saudade) en
atmósferas más diáfanas que surgen del ritmo más vital: el Latido.
En los años sesenta tenía lugar la exportación mundial, vía
Estados Unidos, de un viejo arte musical que se hacía llamar nuevo, la
Bossa
Nova, reformulación intimista y culta de la Samba. A través de su
exitosa fusión con el Jazz norteamericano llegaría crear uno de los pilares fundamentales
del Jazz Latino. Nombres como AC Jobim,
Vinicius de Moraes, Joao Gilberto... eran la punta de lanza
de esta refinada estética musical.
La cantante Astrud
Gilberto (1940) tras su colaboración neoyorquina, casi accidental, con el
saxofonista Stan Getz, envolvía su
voz plateada y directa con el celofán del rico y profundo organista de Recife Walter Wanderley (1932-1986) para
editar en el prestigioso sello Verve “A
Certain Smile – A Certain Sadness” (1966) demostrando, de nuevo, que para el
talento uno más uno pueden ser mucho más que dos.
Basado en el ritmo, contenido, imparable, vitalista,
primario, sensual, Astrud y Walter nos enseñan la música como vida, en sentido estricto
y amplio.
Los que sepan, o se atrevan, ya están tardando en mover el
esqueleto... con soave tristeza de
fondo.
Nunca tan de actualidad ha estado la tragedia griega, la
diaria y la Inmortal. En
medio de la hecatombe de una civilización, no tan sólo económica, no resulta
ocioso y sí muy coherente volver la vista hacia los orígenes, allí donde fue
creado el pensamiento que aún podemos llamar moderno ¿por cuánto tiempo?
Sírvanos la reciente desaparición del gran compositor Hans Werner Henze (1926-2012) como
sentida excusa para volver a Eurípides,
el amigo de Sócrates, y a una de sus tragedias: Las Bacantes. La lucha
entre la racionalidad (Penteo, rey de
Tebas) y las pasiones (el dios
Dionisio, ó Baco); pero no solo, sino también, el conflicto entre el
autoritarismo y la libertad, la convivencia entre la norma y el sentimiento, el
espíritu libertario y la degeneración dogmática, la intolerancia en el
individuo y la histeria social, con moralidad de fondo, que nos lleva a
preguntarnos con el maestro Henze “¿qué
es la libertad? ¿qué significa la represión, la revuelta, la revolución?
Eurípides es llevado hasta nuestro tiempo” y tanto, diría yo...
A partir del libreto escrito en inglés por WH Auden y C
Kallman “The Bassarids” (1966)Henze recoge la tradición
operística de Richard Strauss pasada por la mente de Alban Berg (algunos críticos apuntan al sinfonismo de
Mahler) dando rienda suelta a una partitura luminosa y poderosa, lírica y
dramática por igual, pura narrativa musical tan corrosiva y áspera como la
poesía de su musa Ingeborg Bachmann,
y servida con el eclecticismo del sabio “me
parece más interesante y más generoso ser ecléctico que no serlo” . El estreno tuvo lugar en el Festival de Salzburgo 1966 en traducción al alemán, Die Bassariden.
Así el maestro, con orquestación lujuriosa, se mueve con soltura en los confines de la
tonalidad para crear los claroscuros que tanto contribuyen a las tensiones
dramáticas, el conflicto perenne, de la ópera; obra en un solo acto que está
subdividida, a la manera sinfónica clásica, en cuatro movimientos que,
basándose explícitamente en JSB, comienza en la forma Sonata y termina en un
sensacional Passacaglia, tras haber recorrido el Scherzo-Trío y el Adagio-Fuga.
Un viaje monumental, para que allí en medio de la histérica bacanal de las
Bacantes (seguidoras humanas de Dionisio)
la propia madre, Ágave, despedace al hijo, Penteo.
Escuchemos dos momentos gloriosos del sensacional cuarto
movimiento: Coro de Bacantes y percusión
(vídeo Barbebleuei)
El lírico lamento de Penteo:
(vídeo Barbebleuei) RIAS Kammerchor Berlin Radio Symphony Orchestra Gerd Albrecht
Como
bien dejó demostrado el poeta más hermoso, la poesía es la música de la
literatura; pues bien, el Generalife es la música de los jardines.
Adorable residencia veraniega de los sultanes nazaríes, un asombro que simboliza el jardín de oasis, el jardín umbrío, cerrado e íntimo que colma la verticalidad de los cipreses-columnas, y donde canta el agua, en los
surtidores, en las fuentes, en las escaleras, en las albercas, ... dejando una
etérea y vaga sensación de agradable tristeza. La recreación del Paraíso
musulmán. El Jardín del Amor hecho Arte. El Arte hecho Amor. La música de los jardines.
Un
paraje donde es más fresco el aire, más pura el agua, y el Suspiro del Moro,
más cercano y audible ¡pobre rey chico! Un lugar de quietud y placer, o en palabras del imprescindible Baudelaire: lujo, calma y voluptuosidad.
Esta
evocación se hace música en la primera Impresión
Sinfónica de Noches en los Jardines de España: I. En el Generalife, para
orquesta y piano de Manuel de Falla.
Un Nocturno con aires de misterio y luna,
luna... mora.
Falla
nos ofrenda una orquestación táctil,
de textura y timbre impresionistas, que simula el frescor de la brisa veraniega
en la ondulación del trémolo de la
cuerda y las ráfagas del arpa, a la
par que permite al piano gotear entre
todos los matices del verde, aquí y
allá; y saturado el oído, ponerse a fluir
libremente para introducir el segundo tema que mana en unos metales in
crescendo, reflejos de luz lunar, manteniendo siempre la unidad melódica, perfumada de azahar.
Sublime