domingo, 24 de abril de 2016

El Destino, de Janácek


La cuarta ópera de Leos Janácek tiene su génesis en el terrible dolor por la muerte de su hija Olga, y en la decepción que le supuso el rechazo de Jenufa por parte de la Ópera de Praga. Retirado al balneario de Luhacovice, conoce allí a Kamilla Urválková, quien le persuade y le proporciona la inspiración para su próxima ópera: Osud (El Destino).

Fue compuesta entre 1903 y 1907 basándose en una trama iniciada por el propio compositor y entregada a Fedora Bartosová, joven amiga de su hija Olga, para completar el libreto. Texto que resultaría un tanto fragmentario, culpable en buena medida del rechazo de varios teatros checos a estrenar la partitura. No sería hasta treinta años después de la muerte del compositor cuando la obra subiese a un escenario.

Como ocurre en sus mejores óperas, también aquí la mujer cobra un papel fundamental y protagónico, pero en esta ocasión sin un gran brillo escénico o musical, sino como hilo e hito en el desarrollo dramático. Sobre la protagonista, Mila, giran letra y música.

Musicalmente, Osud es una de las partituras de Janacek más intensas e incendiarias, manteniendo siempre una base folclórica muy atractiva y dulce. Aún con sus momentos de puro éxtasis relajado, Janacek escribió aquí algunos de sus pasajes más pasionales y desgarrados.

Tres actos estructuran la historia. Tres actos separados por los años y las circunstancias. El primero relata el reencuentro de los amantes. En el segundo, ya casados, nos pormenoriza la muerte de Mila. El tercero, once años después, nos sacude con el doloroso recuerdo de la vida conyugal de Zivný, el protagonista masculino, y su posterior colapso.

Escuchemos la brillante interpretación, con libreto en inglés, que nos ha dejado el gran especialista en Janácek, el director sir Charles Mackerras; concretamente la sinfonía inicial a modo de preludio -música esencialmente janacekiana- y el final de Acto II, uno de los momentos culminantes de la ópera.




(vídeos Barbebleuei)

domingo, 17 de abril de 2016

Carducci, 4


Uno de los ingenios domésticos de los que me siento más orgulloso es mi equipo de reproducción musical. Mejorado pacientemente a lo largo de muchos años en base al paladar personal, enormemente subjetivo, en la recepción psicosensorial de las ondas sonoras en las que se fundamenta la Música. Siendo muy alto el grado de satisfacción en la escucha particular, cada vez que comparezco en una actuación en directo, con buen intérprete y en adecuada sala, la superioridad acústica es mucho más que evidente. En otras palabras: no hay color.

Pensaba esto mismo, por enésima vez, el pasado jueves 7 de Abril, al percibir la tridimensionalidad de las cuerdas mientras el Cuarteto Carducci comenzaba a caldear instrumentos y audiencia, en el coqueto Teatro Principal de mi ciudad, con un Mozart galante, refinado, goloso y glorioso: su Cuarteto de cuerda KV 458 “La Caza”.

A continuación el Cuarteto anglo-irlandés atacó el Cuarteto de cuerda nº 11 opus 122 de Shostakovich, posiblemente el responsable de la mejor colección de cuartetos de cuerda del siglo XX. Una obra ecléctica, que explora, curiosa, la sonoridad de las cuerdas que edifican un Cuarteto, la esencia misma de la música. Una variada conversación a cuatro.

Tras el descanso ya no hubo tregua; era el turno de Beethoven. Entraron sin desmayo con su Cuarteto de cuerda opus 59 n.2, el segundo de los Razumovsky. Aún sin llegar a esa cota sublime de sus últimas partituras, como los opus 131, 132 o 135, este cuarteto, perteneciente a su etapa media, es una obra portentosa en sus cuatro movimientos. Una partitura de amplio aliento, compleja y desarrollada, y muy avanzada para su época. Escuchemos, a falta del Carducci, la interpretación que de su precioso segundo movimiento, Molto Adagio, hace el Cuarteto Alban Berg:

(vídeo postfateresurgo)

El Cuarteto Carducci asombra por la vitalidad que imprimen a sus lecturas. Vitalidad e intensidad que contribuyen a un dramatismo a flor de piel que se transmite sin dificultad al asombrado y cómplice público. Vitalidad que nace de un rigor técnico y una absoluta precisión, en el juego de cada instrumento, y en el empaste entre los distintos atriles para conformar una unidad interpretativa. Vitalidad que se nutre de una claridad expositiva descomunal. Vitalidad que es pura espontaneidad. Vitalidad que golpea la piel con espasmos del arco, de los arcos.

Magnífico Cuarteto. Magnífico programa. Magnífica velada. Vital.

(vídeo OperaOmniaFilms)

domingo, 10 de abril de 2016

Los amores de Zappa. Cuarta parte


La relación de Frank Zappa con la guitarra fue, es, hondamente pasional; en ocasiones instintivamente animal, inevitable y necesaria. Un concubinato en el que subyacía siempre una fuerte pulsión sexual, que pronto devino reproductiva; conviene no olvidar la finalidad del sexo. La naturaleza es muy sabia. Frank procrea abundantes notas, con mostacho, a través del mástil de la guitarra -símbolo fálico donde los haya- en el seno acogedor y nutricio de un gran amplificador a válvulas Marshall.

Y ese impulso, esa voluntad, recorre todo el proceso guitarrístico: va desde la obligación ética y estética de llenar de largos solos improvisados sus fastuosos directos, hasta toda la tensión dramática que aglomeraba en el desarrollo armónico y rítmico de los mismos, pasando por el desaforado apetito hacia la experimentación y la edición de los sonidos que extraía del combo. La guitarra le permitía ejercer la composición en tiempo real, porque como bien decía: “mi aproximación al instrumento es como compositor”.

Zappa dejó escrito que nunca se consideró un virtuoso de la guitarra, más bien un aventajado trabajador, un experimentador curioso, también un enamorado, de un cierto estilo muy concreto. Un estilo que bebió en viejos discos de los grandes del R&B como Johnny Guitar Watson, Guitar Slim o Clarence Gatemouth Brown, y que luego fue volviendo personal, ecléctico, como toda su música. Resulta muy ilustrativo convenir que Frank Zappa es todo un género en sí mismo.

Ni virtuoso en estilo, ni en técnica. Autodidacta desde muy joven, y obviamente muy poco ortodoxo en el uso de la mano derecha, con la púa, o el golpeo, o el pellizco, o el barrido... mucho más con la izquierda, precisa y ágil. Más pendiente de buscar y encontrar ese momento de arte, el instante en el cual la Belleza arrumba al Tiempo. Con ese fin grabó todos y cada uno de sus conciertos, de los cuales se dedicaba a cribar lo que realmente merecía la pena, y llegó a editar varios álbumes de improvisaciones guitarreras (“Shut up 'n play yer guitar”, “Guitar”, “Trance-Fusion”)

Extravagante en todo, por su enorme querencia y capacidad de creación, la música de su guitarra no admite comparación con sus iguales en la mitología del guitarrista de Rock. Es esencialmente diferente. Su sonido es generalmente sucio y saturado, siempre improvisado, al contrario que el resto de su música, que iba escrita y pautada.

El gusto por la polirritmia, casi insoportable para los miembros de su banda. La capacidad para las armonías complejas, asfixiantes, exóticas, difíciles para muchos de sus propios seguidores. La generación de atmósferas de una fluidez líquida a través del uso de sistemas modales, como el mixolidio, su preferido. El natural sentido dramático del desarrollo, basado en una texturización de la imagen sonora. La personal expresión de una melodía casi imposible de encontrar -salvo en “Watermelon in Easter Hay”-. Los largos desarrollos, sin más límite que la inspiración del momento, un tanto similar a las grandes parrafadas de Dylan. Todo crea el Universo Zappa, en cuyo centro orbita su mejor y más prolífica estrella: la Guitarra.

Guitarra, o mejor guitarras, porque fueron varias, según los años y las giras, casi siempre los modelos más clásicos: Fender Telecaster y Stratocaster, Gibson SG y Gibson Les Paul, cada vez más personalizadas, en pastillas, cuerdas, trastes, y todo un surtido de efectos de sonido externos.

La explosión generatriz llegó en el 69, con su legendario álbum “Hot Rats”; uno de los discos más inclasificables que conozco, y sin embargo referencial para futuros desarrollos estilísticos en multitud de músicos. Una obra seminal, que se dice, y volvemos a origen. En su interior encontramos uno de sus solos más poderoso, un torbellino eléctrico: “Willie the Pimp”

(vídeo Keraban Rocha)

Al otro lado del espejo -su lectura más cristalina, melódica y estructurada- está “Watermelon in Easter Hay”, en la cual llega a insertar, en su habitual estilo, un solo dentro del solo: el supersolo. Sí, “Joe's Garage” (1979) fue un gran álbum.

(vídeo Steven Spencer)

A pesar de que en su última época le fue claramente infiel, con el Synclavier, para muchos de nosotros, entusiastas de su Música, Zappa fue y seguirá siendo un enorme bigote detrás de un mástil enhiesto, como un capitán de navío oteando en busca de aguas inexploradas.

domingo, 3 de abril de 2016

Allegro alla jazz

Café - George Grosz
Continuando con la línea jazzística de la semana anterior, volvemos a origen con una de las primeras obras centroeuropeas que muestra claras influencias e inspiración en el primer Jazz americano.
Estamos hablando del Concierto para Piano nº 2 opus 43 de Erwin Schulhoff (1894-1942), terminado en 1923. Schulhoff fue un compositor judío nacido en Praga, fallecido de tuberculosis en el campo de concentración nazi de Wülzburg en 1942 por ser considerado un “degenerado”; el estigma de la “Entartete Musik” que las autoridades fascistas impusieron a un amplio grupo de músicos por sus veleidades artísticas, sus nuevos lenguajes vanguardistas o su origen racial.
Schulhoff fue un enamorado del Jazz que pudo escuchar primeramente en la colección de discos del pintor George Grosz, para luego completar él mismo una de las mejores discotecas privadas de jazz de Europa. Siendo un compositor de formación clásica, el jazz significó para él un medio para recorrer su propio camino hacia su personal estilo artístico; una herramienta más en su escritura musical, de un alto nivel de refinamiento, que le llevó a abandonar el expresionismo atonal.
Su Concierto opus 43 muestra claramente estas influencias, pero no solo. En sus dos primeros movimientos podemos rastrear sonoridades del Stravinski más rítmico o del Debussy más etéreo, en un conjunto de sabor post-romántico. Es en el tercer movimiento, Allegro alla jazz, con su sincopado ritmo y fuerza expresiva, donde podemos admirar su personal visión de la música afroamericana, con un sentido de brillante marcha. Todo lo cual no le impide mestizar dicho movimiento con un lamento para violín solo y piano de reconocible sabor gitano.¡Pura degeneración!

(vídeo Barbebleuei)

Aleksandar Madzar, piano
Deutsche Kammerphilharmonie
Andreas Delfs