“Tras interpretar a Chopin siento como si estuviese llorando por los pecados que nunca cometí, y gimiendo por ajenas tragedias. Siempre tengo la impresión de que su música produce ese efecto. Crea un pasado que ignorabas y te colma de una sensación de dolor que permanecía oculta tras las lágrimas”
(O. Wilde)
(O. Wilde)
Notas al programa de mano.
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Érase a lo lejos un brujo con un fardo, una caja de Pandora musical: mágica y sugerente, el embriagador ruido cósmico. De cerca, un hombre con un piano, con su piano: atractivo y musical. Era Krystian Zimerman acompañado, como siempre, por su personal Steinway & Sons, quien esparcía talento y seducción en el Auditorio de Galicia en un tutto Chopin.
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Naturalmente se trataba de un día especial: una nevada histórica en Santiago dC para un nombre ya legendario de una generación de pianistas. También el cielo reconoce los grandes eventos...
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Puntual y atildado como es su costumbre, inmensamente blanco en pelo y barba (no, no era nieve) apareció apresurado y tímido ante el abarrotado auditorio. Elegante ante el instrumento, sin dejar apagar los aplausos de recibimiento, atacó apasionadamente el Grave.Doppio movimento de la Sonata n.2 op 35. Y se hizo el silencio y también el encantamiento: de aquella máquina a teclas comenzó a surgir una inmensidad, diría que todos los colores de una entera orquesta, pero me quedaría corto; eran flechas de semicorcheas, abrazos de fusas, caricias de blancas… con perfumes chopinianos. Era la música en su pura esencia.
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Y así se mantuvo: entre el desolador Lento de la ostinata y conocida Marcha Fúnebre de la susodicha Sonata, y su enérgico y a la vez delicado Finale.Presto. O el vertiginoso viaje de ida y vuelta de dos manos por una mágica alfombra en blanco y negro en el Scherzo en si bemol menor op 31 que cerró la primera parte, entre clases magistrales de rubato: uso y control.
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La reanudación quiso introducirla Zimerman con la dulzura del Nocturno op 15 n.2 de apolínea lectura y ensoñadora línea melódica, volátil melancolía. Tras él atacó la Sonata n. 3 op 58 en cuyo Largo la melodía se hizo inconmensurable, sin principio ni final, inevitable y entregada, para entretener una eternidad, o dos, o si me apuran hasta tres. En las escalas descendentes del Finale.Presto, non tanto había una gnosis de la pureza, en unas manos que por momentos se encontraban conversando, cómplices y rivales, en unas notas próximas.
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No hubo bises ¿para qué? saludos tímidos, y la felicidad en el aire transmitiéndose como sonido, a trescientos cuarenta y cuatro metros por segundo…
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Y para que no se apaguen las ondas, adjunto un audio en directo, algo antiguo, con los dos últimos movimientos de la Sonata n. 2 en las mismas polacas manos que hechizaron Santiago dC:
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Naturalmente se trataba de un día especial: una nevada histórica en Santiago dC para un nombre ya legendario de una generación de pianistas. También el cielo reconoce los grandes eventos...
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Puntual y atildado como es su costumbre, inmensamente blanco en pelo y barba (no, no era nieve) apareció apresurado y tímido ante el abarrotado auditorio. Elegante ante el instrumento, sin dejar apagar los aplausos de recibimiento, atacó apasionadamente el Grave.Doppio movimento de la Sonata n.2 op 35. Y se hizo el silencio y también el encantamiento: de aquella máquina a teclas comenzó a surgir una inmensidad, diría que todos los colores de una entera orquesta, pero me quedaría corto; eran flechas de semicorcheas, abrazos de fusas, caricias de blancas… con perfumes chopinianos. Era la música en su pura esencia.
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Y así se mantuvo: entre el desolador Lento de la ostinata y conocida Marcha Fúnebre de la susodicha Sonata, y su enérgico y a la vez delicado Finale.Presto. O el vertiginoso viaje de ida y vuelta de dos manos por una mágica alfombra en blanco y negro en el Scherzo en si bemol menor op 31 que cerró la primera parte, entre clases magistrales de rubato: uso y control.
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La reanudación quiso introducirla Zimerman con la dulzura del Nocturno op 15 n.2 de apolínea lectura y ensoñadora línea melódica, volátil melancolía. Tras él atacó la Sonata n. 3 op 58 en cuyo Largo la melodía se hizo inconmensurable, sin principio ni final, inevitable y entregada, para entretener una eternidad, o dos, o si me apuran hasta tres. En las escalas descendentes del Finale.Presto, non tanto había una gnosis de la pureza, en unas manos que por momentos se encontraban conversando, cómplices y rivales, en unas notas próximas.
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No hubo bises ¿para qué? saludos tímidos, y la felicidad en el aire transmitiéndose como sonido, a trescientos cuarenta y cuatro metros por segundo…
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Y para que no se apaguen las ondas, adjunto un audio en directo, algo antiguo, con los dos últimos movimientos de la Sonata n. 2 en las mismas polacas manos que hechizaron Santiago dC:
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video de thetunr
video de thetunr
6 comentarios:
Todavía no he pìnchado la muestra que publicas pero ya he escuchado a Chopin y a Zimerman en la poesía de tus palabras.
Gracias. Un abrazo.
también yo, me quedo hoy con la magia y la música que transmiten tus palabras y emociones.
¡Bravo! Al comentario (¡qué bárbaro!) y al intérprete (me remito al comentario).
Gracias, Barbebleue.
Cuando escucho a Chopin como ahora mientras escribo, siento como si lloviera. Chopin casi siempre me lleva a evocar cortinas de finas gotas de lluvia, de una lluvia interior que puede estar emparentada con lágrimas que no vierto.
Me gusta lo que escucho y reconozco maravillosamente interpretado por Zimmermann.
No menos me ha complacido Wilde que siempre daba en el clavo con sus definiciones. Y, cómo no, me ha gustado también tu hermoso y sensible texto. Siempre saldo del castillo mejor y peor a la vez.
Con afecto.
Hechizada he permanecido durante la escucha de ese Chopin tan mío que, detenido el tiempo, me ha llevado a una niñez-juventud en que ensayaba en ese piano que aun conservo, los últimos movimientos de la Sonata. A través de ese derroche de contrastes y armonías, he evocado sentimientos y emociones vividas a una edad rica en sueños y realidades y, no obstante, la tristeza me ha invadido cuando he recordado qué feliz me escuchaba mi padre pensando en mi futuro musical y cuánto le debí defraudar por emprender otros caminos que me estaban esperando o eran los que yo misma buscaba.
Tu crónica Barbebleue es una maravilla: casi no era preciso oir la Sonata porque tú la has interpretado con palabras, tan hermosas que son fiel reflejo de tu exquisita sensibilidad.
Gracias, muchas gracias.
gracias
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