domingo, 27 de noviembre de 2016

KING CRIMSON, soberano directo

foto: escenario, Madrid 21/XI/2016

Las gradas del Palacio Municipal de Congresos estaban completamente ocupadas, apenas se podía encontrar algún hueco debido posiblemente a indisposiciones de última hora. El público, mayoritariamente masculino y de una media de edad que rondaría la cincuentena, era, sin duda alguna, buen conocedor, ferviente seguidor y rendido admirador de la mítica banda nacida en Londres en el ya lejano 1969. Desde entonces, aún sin un gran eco mediático, los incondicionales se dan cita en los conciertos de cada reencarnación del Rey, como si fuese una celebración mística.

Porque King Crimson es una religión sonora, una creencia ciega en una propuesta estética, un continua renovación experimental, una ambición humana, un propósito. Su rostro y alma, un inglés menudo y circunspecto llamado Robert Fripp, único miembro fundador que es una constante en todas las formaciones. Y su divisa, la intensidad sonora, el clímax instrumental, sobre bases en perpetuo cambio. Si logras conectar con su propuesta musical única e irrepetible, por encima de estilos o etiquetas, te conviertes en un adicto irracional; en caso contrario, mejor desistir, o a lo sumo divertirse con alguno de sus temas más conocidos y banalizados. No hay término medio: mucha gente ni los conoce, para quien suscribe son la mejor banda de música popular de todos los tiempos. Su ingente legado, todavía en activo, ilumina el mundo del Rock, por encuadrarles en algún género.

La séptima ¿o era la octava? formación de King Crimson llegaba a Madrid en medio de su gira europea 2016. Fripp decidió en esta nueva reencarnación dimensionar al grupo con tres percusionistas, tres paquetes de percusión que iban más allá de unas simples baterías; además los sitúa al frente de la banda, en primer plano, quedando las cuerdas y metales en segundo plano: dos guitarras, una con su parafernalia de teclados (él mismo y Jakko Jakszyk), un bajista (Tony Levin) y un soplador de flautas y saxos (Mel Collins). Todo un desafío para los tres percusionistas (Pat Mastelotto, Gavin Harrison y Jeremy Stacey), quienes además de proporcionar la sustanciosa base rítmica tejieron entre ellos una fina tela de fantasía.



Se cumplían de nuevo dos máximas de la banda: la enorme calidad instrumental de los músicos que la componen (ésto no es negociable para Fripp) y la predominancia de las percusiones, con sus variadísimos timbres, en el sonido del grupo.

Una de las novedades de esta nueva formación de King Crimson es la reinterpretación (palabras de Fripp) de los clásicos de la banda. Por el comentado concierto desfilaron temas nuevos como «Meltdown» o «The Hell Hounds of Krim» pero también clásicos de su primera época como «Epitaph» o «In The Court of the Crimson King». No es ni puede ser novedoso pero es bien cierto que en cada nuevo paso se acrecienta esa sensación de poderío sónico, de intensidad brutal, que se asienta en una precisión milimétrica de todos los solistas, en especial en los duelos de los percusionistas, en la capa aérea de los vientos, y en el rugido de las guitarras eléctricas.

Conocía el sonido de la nueva banda y el repertorio que nos iban a presentar, por el reciente doble álbum «Live in Toronto» (2015) pero la propuesta madrileña lo superó en calidad y ambición, sin desmayos ni concesiones. Desde el inicial «Lark's Tongues in Aspic part I» hasta el sensacional «Starless» final, cuando todo el grupo fue inundado por una inquietante luz carmesí; pasando por una salvaje lectura de «Red», y cerrando con un brutal «21st Century Schizoid Man» como bis de despedida, en medio de la apoteosis de los incondicionales. Por el camino de un concierto de casi dos horas y media, también interpretaron temas de «Islands» (1971), una de sus cumbres discográficas.

Un concierto imposible de olvidar…
Intensidad instrumental. Ambición humana ¿o no?

(vídeo DGM Live - King Crimson)