Enero de 1777, el joven WA Mozart cumple veintiún años coincidiendo con la visita a Salzburgo de una virtuosa pianista francesa conocida como Mlle. Jeunehomme. Una joven rodeada de un cierto misterio histórico, hasta que recientemente el musicólogo Michael Lorenz ha logrado identificar: Victoire Jenamy (Jenomé), nacida Noverre, cuyo apellido de casada fonéticamente armoniza con ese impersonal jeune homme tan cercano a Mozart, obligándonos hélas! a renombrar el K 271.
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En todo caso, excelente intérprete debió de ser la misteriosa joven porque con su arte interpretativo, y los nuevos aires musicales que portaba, supo extraer del genio de Salzburgo la primera obra maestra en su tan querido mundo del Concierto para piano. La más personal forma expresiva de Mozart, que le acompañó durante toda su vida. Una simbiosis de virtuosismo instrumental, alturas sinfónicas, rica paleta orquestal e intensa expresividad; cualidades innatas en WA que supo llevar hasta la más pura perfección formal.
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Fruto de este encuentro, no sabemos si como encargo, como regalo, como inspiración, o todas a la vez, nació el Concierto para piano y orquesta en mi bemol mayor n.9 K.271 “Jeunehomme” (Jenamy). Una obra que claramente supone uno o dos pasos adelante en la evolución de su producción, superando el ambiente galante, y la de todo el universo del concierto para teclado. Dotado de amplias y novedosas dinámicas, de una interrelación intensa entre piano y orquesta, y de una expresividad de aroma romántica, nos acaricia con el pianismo íntimo, elegante, ligero, contenido y calmo del mejor Mozart.
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El segundo movimiento, Andantino, es el sumo ejemplo de lo antedicho. Su mórbida melancolía preludia siglos de subjetividad, porque su modo menor llora tristemente de belleza... Vean la emotiva interpretación de Mitsuko Uchida con la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo dirigida por Jeffrey Tate (videos de TheGreatPerformers)
En todo caso, excelente intérprete debió de ser la misteriosa joven porque con su arte interpretativo, y los nuevos aires musicales que portaba, supo extraer del genio de Salzburgo la primera obra maestra en su tan querido mundo del Concierto para piano. La más personal forma expresiva de Mozart, que le acompañó durante toda su vida. Una simbiosis de virtuosismo instrumental, alturas sinfónicas, rica paleta orquestal e intensa expresividad; cualidades innatas en WA que supo llevar hasta la más pura perfección formal.
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Fruto de este encuentro, no sabemos si como encargo, como regalo, como inspiración, o todas a la vez, nació el Concierto para piano y orquesta en mi bemol mayor n.9 K.271 “Jeunehomme” (Jenamy). Una obra que claramente supone uno o dos pasos adelante en la evolución de su producción, superando el ambiente galante, y la de todo el universo del concierto para teclado. Dotado de amplias y novedosas dinámicas, de una interrelación intensa entre piano y orquesta, y de una expresividad de aroma romántica, nos acaricia con el pianismo íntimo, elegante, ligero, contenido y calmo del mejor Mozart.
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El segundo movimiento, Andantino, es el sumo ejemplo de lo antedicho. Su mórbida melancolía preludia siglos de subjetividad, porque su modo menor llora tristemente de belleza... Vean la emotiva interpretación de Mitsuko Uchida con la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo dirigida por Jeffrey Tate (videos de TheGreatPerformers)
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O si lo prefieren cierren los ojos, y así en la oscuridad, vean cómo el jeune homme Mozart, compás a compás, se convierte en genio…
6 comentarios:
Mozart y Mitsuko; ten points
¡Que maravillaaaaaarrrr!
El joven Mozart, el genio que, paso a paso llegó a su lugar en la eternidad, supo hacer de la circunstancia del encuentro, más que un regalo, una donación universal del anhelo humano: la caricia y la música, fundidas en un todo... sin dualidad.
Diez puntos para la maravilla sin dualidad.
Pilar, Conchita, Josefina: gracias por amar a Mozart.
Yo lo disfruto con los ojos cerrados, como tú recomiendas. Es lo que hago siempre con los vídeos de Uchida, excelente pianista pero cuya gestualidad me distrae de lo esencial, que es la obra de Mozart.
Yo es que no doy puntada sin hilo, Titus...
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