Cuando
conoces a una persona, inconscientemente tiendes a analizarla, a
rastrear en la totalidad de su ser peculiaridades que de
manera automática se contrastan con nuestras afinidades.
Expresividades
gestuales corporales como la forma de caminar, el movimiento de las
manos al hablar, el propio timbre de voz, son superadas en valor
analítico por los datos faciales, en especial la manera e intensidad
de la mirada hacia uno mismo y hacia los demás. Ahí es donde
podemos valorar la profundidad de su estado anímico con respecto al
nuestro. Entonces, en ese preciso momento, tomas una decisión
afectiva, sabes a ciencia cierta si hay complicidad; incluso puedes
atreverte a un juicio moral sobre él o ella.
Si
la impresión es positiva, poco a poco se va descolgando de la boca
ese proyecto de sonrisa que todos ofrecemos cuando nos encontramos a
gusto con alguien. Una flor del alma que se regala. En ese nido nace
la amistad, la amistad del adulto, la más electiva de todas.
Y
en ese instante, y ésto es posible que sea una peculiaridad
estrictamente mía, tiendo a asignarle una Música personal, una
banda sonora para un ser humano, único e irrepetible. Una fotografía
de notas, para siempre. Una futura evocación. Una Música que casi
siempre conforma la elección personal del evocador.
Bajando
a lo concreto, que es donde se sustancia la realidad, quiero decir
que hace apenas una semana he conocido a una persona. Una persona
buena, por encima de todas sus cualidades, que son muchas. Una
persona que enseguida descolgó mi sonrisa. Una persona que volvió a
dar sentido a la manida y digitalizada palabra amistad: Alfredo Cot
González. Un relator de sentimientos. Una emoción.
La
Música que le acompaña, su preferida, también la más adecuada a
su forma de ser y estar, son esas maravillosas melodías intensamente arrastradas
y untuosas de Giacomo Puccini. Por ofrecer un ejemplo bien conocido y
adecuado, recordemos el aria “O Mio Babbino Caro” de su ópera
Gianni Schicchi, en versión de la inconmensurable Maria Callas:
4 comentarios:
Celebro que Alfredo Cot te haya inspirado palabras tan hermosas que loan, por encima de todo, la bondad, esa virtud que, por modesta, es poco conocida y a la que yo doy todo el valor que me merece en el sentido machadiano del término.
Puccini, a veces, soberbio.
Bicos.
Es curioso cómo la bondad ha ido desapareciendo en la escala de valores de la sociedad actual; tal vez por no ser una cualidad efímera.
Besos, Glòria.
confirmo tu apreciación, barbazul
vivan las flores!
pues ya somos dos, pfp ¡vamos a tener razón!
que vivan!
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