domingo, 10 de abril de 2016

Los amores de Zappa. Cuarta parte


La relación de Frank Zappa con la guitarra fue, es, hondamente pasional; en ocasiones instintivamente animal, inevitable y necesaria. Un concubinato en el que subyacía siempre una fuerte pulsión sexual, que pronto devino reproductiva; conviene no olvidar la finalidad del sexo. La naturaleza es muy sabia. Frank procrea abundantes notas, con mostacho, a través del mástil de la guitarra -símbolo fálico donde los haya- en el seno acogedor y nutricio de un gran amplificador a válvulas Marshall.

Y ese impulso, esa voluntad, recorre todo el proceso guitarrístico: va desde la obligación ética y estética de llenar de largos solos improvisados sus fastuosos directos, hasta toda la tensión dramática que aglomeraba en el desarrollo armónico y rítmico de los mismos, pasando por el desaforado apetito hacia la experimentación y la edición de los sonidos que extraía del combo. La guitarra le permitía ejercer la composición en tiempo real, porque como bien decía: “mi aproximación al instrumento es como compositor”.

Zappa dejó escrito que nunca se consideró un virtuoso de la guitarra, más bien un aventajado trabajador, un experimentador curioso, también un enamorado, de un cierto estilo muy concreto. Un estilo que bebió en viejos discos de los grandes del R&B como Johnny Guitar Watson, Guitar Slim o Clarence Gatemouth Brown, y que luego fue volviendo personal, ecléctico, como toda su música. Resulta muy ilustrativo convenir que Frank Zappa es todo un género en sí mismo.

Ni virtuoso en estilo, ni en técnica. Autodidacta desde muy joven, y obviamente muy poco ortodoxo en el uso de la mano derecha, con la púa, o el golpeo, o el pellizco, o el barrido... mucho más con la izquierda, precisa y ágil. Más pendiente de buscar y encontrar ese momento de arte, el instante en el cual la Belleza arrumba al Tiempo. Con ese fin grabó todos y cada uno de sus conciertos, de los cuales se dedicaba a cribar lo que realmente merecía la pena, y llegó a editar varios álbumes de improvisaciones guitarreras (“Shut up 'n play yer guitar”, “Guitar”, “Trance-Fusion”)

Extravagante en todo, por su enorme querencia y capacidad de creación, la música de su guitarra no admite comparación con sus iguales en la mitología del guitarrista de Rock. Es esencialmente diferente. Su sonido es generalmente sucio y saturado, siempre improvisado, al contrario que el resto de su música, que iba escrita y pautada.

El gusto por la polirritmia, casi insoportable para los miembros de su banda. La capacidad para las armonías complejas, asfixiantes, exóticas, difíciles para muchos de sus propios seguidores. La generación de atmósferas de una fluidez líquida a través del uso de sistemas modales, como el mixolidio, su preferido. El natural sentido dramático del desarrollo, basado en una texturización de la imagen sonora. La personal expresión de una melodía casi imposible de encontrar -salvo en “Watermelon in Easter Hay”-. Los largos desarrollos, sin más límite que la inspiración del momento, un tanto similar a las grandes parrafadas de Dylan. Todo crea el Universo Zappa, en cuyo centro orbita su mejor y más prolífica estrella: la Guitarra.

Guitarra, o mejor guitarras, porque fueron varias, según los años y las giras, casi siempre los modelos más clásicos: Fender Telecaster y Stratocaster, Gibson SG y Gibson Les Paul, cada vez más personalizadas, en pastillas, cuerdas, trastes, y todo un surtido de efectos de sonido externos.

La explosión generatriz llegó en el 69, con su legendario álbum “Hot Rats”; uno de los discos más inclasificables que conozco, y sin embargo referencial para futuros desarrollos estilísticos en multitud de músicos. Una obra seminal, que se dice, y volvemos a origen. En su interior encontramos uno de sus solos más poderoso, un torbellino eléctrico: “Willie the Pimp”

(vídeo Keraban Rocha)

Al otro lado del espejo -su lectura más cristalina, melódica y estructurada- está “Watermelon in Easter Hay”, en la cual llega a insertar, en su habitual estilo, un solo dentro del solo: el supersolo. Sí, “Joe's Garage” (1979) fue un gran álbum.

(vídeo Steven Spencer)

A pesar de que en su última época le fue claramente infiel, con el Synclavier, para muchos de nosotros, entusiastas de su Música, Zappa fue y seguirá siendo un enorme bigote detrás de un mástil enhiesto, como un capitán de navío oteando en busca de aguas inexploradas.

2 comentarios:

pfp dijo...

intensos amores los de Zappa...

besos, barbazul

Barbebleue dijo...

no hay arte sin pasión!

bicos, pfp