Hace
bien poco, a propósito de Brahms, citábamos al gran filósofo
austríaco Ludwig Wittgenstein, en cuya casa familiar de la alta
burguesía vienesa, el Arte, especialmente la Música, era algo más que un
entretenimiento. Había una instrucción, un deleite, en aquel
continuo ir y venir de luminarias musicales de la Viena de principios
del siglo XX, como G. Mahler, R. Strauss o el propio Brahms, por
aquel punto de encuentro cultural.
No
resultó casual, pues, que Paul
Wittgenstein (1887-1961),
un hermano menor del filósofo, se convirtiese en un talentoso
pianista profesional, con una gran carrera por delante.
Desgraciadamente durante la Primera Gran Guerra, en el frente polaco,
sufrió graves heridas que llevaron a la amputación de su brazo
derecho. Terminada la contienda, superado el desánimo, incansable y
luchador, decidió continuar su carrera pianística para lo cual
solicitó partituras adaptadas a su minusvalía física, que no a su
talento interpretativo. R. Strauss, P. Hindemith, F. Schmidt, B.
Britten, S. Prokofiev, E.W. Korngold, y M. Ravel escribieron obras para él.
El
Concierto de Piano para
la Mano Izquierda en re mayor de
Maurice Ravel es
sin duda la más conocida, una cumbre de expresividad muy original,
en la cual el compositor nos hace olvidar la inexistencia de una mano,
en este caso la principal para los no zurdos. "En una obra de este tipo, lo esencial es no dar la impresión de un tejido sonoro ligero, sino más bien de un partitura escrita para las dos manos" había declarado el compositor.
Ravel escribió la pieza al mismo tiempo que su otro Concierto para piano, en Sol mayor. Ambos comparten un cierto lenguaje de mestizaje, influenciado levemente por el Jazz que llegaba desde el océano. Pero el Concierto para una mano despliega una vehemencia trágica que marca su origen, un dolor profundo como el síndrome del miembro fantasma, sin perder toda una explosión de virtuosismo y una amplia sonoridad, solista y orquestal.
Ravel escribió la pieza al mismo tiempo que su otro Concierto para piano, en Sol mayor. Ambos comparten un cierto lenguaje de mestizaje, influenciado levemente por el Jazz que llegaba desde el océano. Pero el Concierto para una mano despliega una vehemencia trágica que marca su origen, un dolor profundo como el síndrome del miembro fantasma, sin perder toda una explosión de virtuosismo y una amplia sonoridad, solista y orquestal.
El
Concierto fue estructurado en un solo movimiento, sin pausas ni
demoras, aunque se aprecien distintos tempi, bien engarzados, indicados Lento y Allegro. El comienzo grave y oscuro en los contrabajos y el contrafagot va introduciendo temas y pasajes de distinto dramatismo, pasando de la sarabanda al jazz, hasta la virtuosa cadenza final, la cual, atropellada por la intromisión brutal de la orquesta concluye de forma abrupta la obra.
(vídeo
Canal de Josep489)
Fue
estrenado en Viena en 1932, con importantes modificaciones en la partitura a
cargo de Wittgenstein, lo que llevó a una enemistad entre el
pianista y el compositor, con la prohibición de este último para su
estreno en París. Finalmente, pasados casi seis años, la capital francesa conoció la ejecución de la obra, en su versión original, en la mano de Jacques Février, bajo la batuta de Charles Munch. Pasados los años, Wittgenstein reconocería públicamente su error.
No deja de resultar curioso que Ravel nos haya legado también una versión de la partitura para piano a cuatro manos.
2 comentarios:
Más aplausos, Barbebleue.
Gracias.
¡Buena semana!
Aplausos para el esforzado intérprete!
Buena semana, Mara
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