Resulta
cansino, y casi siempre inútil, ponerse a defender, otra vez, no
solo las bondades sino también la necesidad de la Ópera Barroca.
Soy de la opinión de que todo Teatro o Programación Lírica que se
precie debiera incluir al menos un título en su Temporada regular.
Razones se
podrían dar muchas y detalladas, pero debiera ser suficiente decir
que el Barroco Musical es el período más fértil de la historia de
la Música de Occidente; estamos hablando de siglos. La leyenda negra
que la acompaña, esa pesada carga de ser aburrida, redundante,
cargante, irreal, … (completen como quieran) bien podría ser
extensivo a otros períodos musicales por cualquiera con cierto nivel
de polemista docto. El vastísimo escaparate de sentimientos y
emociones (affetti) que despliega una obra de este tipo, en su
incesante goteo de arias diversas y recitativos dramáticos, debiera
enamorar a cualquier aficionado simplemente iniciado. Claro que
luego, hay compositores y compositores ¡no lo vamos a negar!
Y a
la Temporada Lírica 2014-2015 de A Coruña llegó Antonio
Vivaldi ¡y eso son palabras mayores!
Una garantía de calidad musical. Entonces los aburridos se quedan en
casa...
La
Fida Ninfa (dramma
per musica) fue compuesta en 1729, un
Vivaldi maduro, para la inauguración del Teatro della Accademia Filarmonica de
Verona; el evento fue patrocinado por el noble al mando, el marqués
Scipione Maffei, quien además ¡escribió el libreto! Y, claro, si
los libretos barrocos son barrocos, los de un noble aficionado, pues
rizan el rizo, y despliegan sin control ninfas, pastores, piratas e
incluso dioses antropomorfos. No, no se preocupen, no voy a entrar
para nada en los mil y un enredos inverosímiles de la trama.
En este estreno en España, en versión de concierto, la
partitura fue defendida por La Cetra
Barockorchester de Basilea, que toma su
nombre del opus 9 vivaldiano.
Un conjunto historicista de primera línea que ofreció una sonoridad
exquisita e íntimamente idóneo bajo la dirección de Andrea
Marcon, otro vivaldiano de pro, que nos
propuso un Vivaldi vibrante, musculoso y soleado; también dramático
desde los atriles. Fue de agradecer, cosa que no siempre se hace, la
interpretación completa de la obra, salvo un pequeño Duetto
del Acto III, y algún que otro Da capo.
El
conjunto del amplio elenco vocal fue muy homogéneo, más si cabe
entre los efectivos masculinos, reales que no operísticos.
Luca
Tittoto (bajo) leyó un Oralto
atronador, pendenciero, socarrón y muy, muy atractivo.
Topi
Lehtipuu, el tenor finlandés que ya
había llevado su personaje, Narete, al disco, disfrutó e hizo
disfrutar con su completo dominio del personaje que goza de algunas de
las arias más atractivas
(vídeo Jeffrey Stivers)
(vídeo Jeffrey Stivers)
El
contratenor Carlos Mena
bordó por fraseo exquisito y musicalidad extrema su personaje de
Osmino.
Ismael
Arróniz, barítono, dio la talla en su
breve cometido de Eolo.
Roberta
Invernizzi, con voz irregular, salvó
el personaje de Morasto gracias al oficio, la sobreactuación y su
todavía amplio dominio de las agilidades.
María
Espada, con su interpretación de
Licori, fue el contrapunto de la anterior: bello timbre vocal, muy
justa de coloratura y escasa de expresividad, con
tendencia constante a la languidez.
Franziska
Gottwald, contralto, defendió sin
problemas su Elpina, con excelente gusto.
Romina
Basso, la otra contralto, arrojó luz y
dominio escénico a su personaje de Giunone, de escasa presencia y
limitada musicalidad.
Excelentes
y bien compenetrados los números de conjunto que nos dejó Vivaldi:
dúos, tríos, cuartetos, tutti...
El
éxito de la función fue descomunal; el todo
barroco gallego (un auténtico
subestilo) se dio cita en el Rosalía de Castro coruñés y llenó de
inmensas y sucesivas ovaciones que llevaron a los intérpretes a
aplaudir al público (!)
Aquí tienen la interpretación completa:
(vídeo Rinaldo Magnasco)
Aquí tienen la interpretación completa:
(vídeo Rinaldo Magnasco)
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