En los
largos días de las vacaciones estivales de la escuela, una de mis actividades
predilectas era dejarme caer por casa de mi tía, la hermana de mi madre. En
realidad era subir, pues aunque cercana en distancia, mi casa estaba situada en
una cota mucho más baja que la suya.
Mi
madre y su hermana siempre mantuvieron una muy estrecha relación, así que
acercarme por allí era un acto de pura cotidianeidad; me resultaba
placentero, no solo por ella, mi tía, sino también por su hija, mi prima,
apenas tres meses menor que yo. Sin duda la hermana que nunca llegué a tener.
En aquellos años, en plena adolescencia, era hermoso y aleccionador hablar
horas y horas con ella, de lo humano y de lo divino, desde perspectivas
hormonales bien diferentes. ¡Cuánto aprendí por entonces del universo femenino,
que todavía me fascina!
Para
ser sincero, también era atractiva la visita por el
hermano de mi prima, mi primo; varios años mayor que nosotros, era un chico con
infinidad de amigos, quienes sin saber yo bien cómo, le procuraban un excelente
surtido de discos LP’s, muchos de ellos inéditos en la triste España de entonces. Había mucho dónde escoger, multitud de portadas de grupos desconocidos,
de nombres impronunciables, y con enormes cantidades de pelo.
Mi
querida prima tenía un tocadiscos de la época, aquellos con el altavoz en la
tapa y un asa de transporte para guateques. En él, entre disco y disco de Aute,
a quien ella adoraba, yo probaba aquellas rarezas de su hermano. Pronto Luis
Eduardo fue historia para mí.
Entre
la amplia oferta enseguida se destacó un sonido y una portada. Era la ópera
prima de cuatro chicos británicos que no dejaban de mirarme con cara ingenua
desde la contraportada de su obra; luego se harían muy famosos, incluso
legendarios. La portada era apocalíptica: el Hindenburg en llamas, en blanco y
negro.
En cada
visita el vinilo giraba una y otra vez, cada vez a mayor volumen para resaltar
los agudos vocales de Robert Plant, la bluesera Gibson Les Paul de Jimmy Page, la demencial batería de John Bonham y
el elegantísimo bajo, y órgano, de John Paul Jones. El progresivo aumento de los decibelios atraía inevitablemente a mi
tía, alarmada por el estruendo del cuarteto; inevitable también era su
comentario: “¡no sé cómo os puede gustar esa música!”.
La
realidad era que a mí me gustaba, y mucho; en realidad, todavía me gusta. Ese Led
Zeppelin (I) (1969) tiene un lugar especial en mi corazón, lleno de
blues y de juventud. También cantidades ingentes de rock progresivo y buen
rhythm&blues:
1. Good Times Bad Times: lo primero que escuché de la banda:
1. Good Times Bad Times: lo primero que escuché de la banda:
(vídeo salvosturgiscoben)
2. Babe I'm gonna leave you: los altibajos de la despedida:
(vídeo Bashkim Mujovi)
4 comentarios:
Y el prestigio que tiene este músico y que yo haya acabado como los mayores de mi juventud. Me parecen simplemente estruendosos. ¿Cómo pude sumergirme en discotecas y azotar mi joven esqueleto siguiendo, eufòrica, ritmos tan delirantes?
Lo siento, Barbe y envidio que tu capacidad auditiva tenga tan infinitos matices.
Pensar que yo me quedé en Credence Clearwater Revival que con su "Proud Mary" aun me hacen bailar!
Bueno, Glòria, cada cual busca, y en ocasiones encuentra, su propio fuego; el ritmo es tan antiguo como la propia vida.
Por cierto, en el surtido de mi primo, también había joyas de la Creedence, como "Cotton Fields" ¿recuerdas?
(en el fondo no soy más que un viejo rockero!)
reconozco que los Zeppelin me gustan mucho más ahora que cuando comenzaron; por entonces les escuché poco,en aquella época me parecían heavy´s,(qué risa)... tuvieron que venir mis hijos con Metallica, Guns and Roses, y compañía, para que me enterara de lo que valía un peine...¡
por cierto,y Zappa¡?...traete más recuerdos al Castillo, barbazul...(una pasada, Babe I´m Gonna leave you.)
gracias y besos
al igual que Glòria, también yo moví el esqueleto con este "soft-rock"...
en breve habrá más música del "Picasso del Rock".
besos, pfp
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