viernes, 24 de agosto de 2012

Verdi DC


Todos, unos más que otros, tenemos nuestro panel de predilecciones, nuestro personal catálogo, ordenado, de gustos. En ocasiones de forma lógica y coherente; en otras, de manera harto irracional, tanto que incluso no deja de sorprendernos al ser conscientes.

Con Giuseppe Verdi, un genio, siempre lo he tenido claro en cuestión de preferencias, tal vez no en explicaciones. De su monumental opus operístico, tan extenso como excelso, donde tengo puestas todas mis complacencias es en el denominado verdi pesado. Lejos, o no tanto, de su trilogía popular, Otello y Don Carlo rivalizan constantemente por obtener el título de ópera verdiana predilecta; nunca llego a tomar esa decisión: de las dos siempre me quedo con ambas.

El drama de Schiller (1759-1805) sobre el Infante Don Carlos atrajo a Verdi mucho antes -15 años- de meterse en faena. En especial, el brutal enfrentamiento, sin prisioneros, entre dos poderes absolutos de la época, la Monarquía (Rey/Emperador) y la Iglesia Católica (Gran Inquisidor), temeroso uno del otro aunque aliados contra las primeras brisas liberales de un cierto primigenio librepensamiento (Infante, Posa). Un drama social y psicológico.

En 1867 ve la luz y el sonido, la versión original en francés en cinco actos siendo el denominado acto de Fontainebleau el primero de ellos. Hasta 1884 no llegaría la primera versión italiana en cuatro actos. En 1886 aparecería otra revisión en italiano: la versión de Módena.

Verdi logra con un profundísimo delineado psicológico de los diferentes personajes de una sola pieza, ir esculpiendo en piedra sonora un perfil propio y definitorio en sus propias arias o piezas de conjunto, similares u opuestos. Y a la vez consigue hacer una cumbre de orquestación amplia y opresiva, primando las cuerdas graves, realzando en los timbales, y desarrollando una suerte de leit-motiv ¿guiño a Wagner? personales que conforman una demoledora dialéctica circular, que únicamente encuentra reposo y conclusión tras las rejas de Yuste, claustro al otro mundo.

Escuchemos alguno de sus numerosos momentazos:

Acto II: Duetto DC-Posa: Dio che nell'alma

(vídeo SchawDAMAN)

Acto II: Aria de Isabel de Valois Non pianger mia compagna

(vídeo Jeanne90275)

Acto IV: Aria Filippo II Ella giammai m'amo

 (vídeo primopera)

Para cerrar el círculo el Per me giunto del Acto IV:

(vídeo Onegin65)

PS: queda pendiente una entrada sobre Otello –no sea que se ponga celoso-

4 comentarios:

pfp dijo...

has elegido sensacionales interpretes, La Caballé inmensa,... un placer.

un abrazo

Barbebleue dijo...

e imposible no amar a don Boris...

beso hacia Oriente

Joaquim dijo...

Tengo una amiga que siempre dice que el Don Carlo es como el cerdo, se aprovecha todo, y es cierto. Es de las pocas, aunque yo al Otello le añadiría Falstaff, por supuesto, donde no sobra nada, cosa que en el genial Verdi no siempre puedo decir, ya que las sacrílegas tijeras casi siempre se pueden utilizar, incluso en la Traviata.
El Don Carlo tiene una carga política impresionante, y también una humana desoladora.
La música, como es habitual en Verdi, no tiene desperdicio y lo mejor de lo mejor, conmueve.
Las versiones propuestas me parecen de reclinatorio y tratándose de una ópera tan inquisitorial, pues bueno, quizás me haya ganado una bula.
Espero ansioso al celoso Otello
Abrazos Barbebleue

Barbebleue dijo...

Puestos a desafiar al poder supremo, confieso que el Falstaff nunca ha colmado mi sed; tal vez en la hoguera cambie de parecer, atentos.

Hablando de cerdo, ese mágico animal, podríamos añadir algunos más: Bodas, Boris (por empezar por la b)

Un abrazo Joaquim