La última sinfonía acabada por Mahler, en 1909, fue
estrenada por Bruno Walter más de un año después del fallecimiento del compositor.
Se trata de otra obra monumental, en esta ocasión totalmente instrumental,
aunque como bien dice el compositor Dieter Schnebel “… los instrumentos son
obligados a hablar”
Una obra que deslumbró a los miembros de la Segunda Escuela
de Viena, especialmente a Alban Berg, como bien dejó dicho el añorado Eugenio
Trías: por el dominio del espacio sonoro,
las peculiaridades tímbricas y la reorganización de la textura orquestal.
Fue estructurada en cuatro movimientos de manera harto
inusual:
I. Andante Commodo: descomunal inicio de la Sinfonía; una suerte
de marcha fúnebre implacable sobre la organización del Caos.
II. Ländler: el punto popular animado por un núcleo de vals.
III. Rondo-Burleske: la poca luz relajante de todo el pentagrama.
IV. Adagio: es el sobrecogedor final de la obra; desde el mismo
comienzo es una llamarada de cuerdas empujadas por metales ardientes, donde los
acordes suspendidos años-luz obligan
a la melodía a detenerse.
Aquí la orquesta de Mahler revela Procesos situados más allá de
la Vida y la Muerte biológicas, una Creación y Destrucción a nivel cosmogónico.
Una fenomenal ignición de combustible que, fusionando hidrógeno
bajo atmósferas de hierro fundido, exhala un séquito de radiaciones estelares; poco a poco van dejando una
especie de ruido cósmico, hasta que, próxima al colapso, deviene en un reposo
inestable de la materia sonora.
¡El Universo según Gustav Mahler!
... en esta ocasión en la laminante
versión de Klaus Tennstedt y la Orquesta Filarmónica de Londres:
(vídeos Barbebleuei)
2 comentarios:
poco queda por decir, solo escucharla y emocionarse
un abrazo, barbazul
¡la Emoción como célula madre del Arte!
un abrazo, pfp
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