Todos,
unos más que otros, tenemos nuestro panel de predilecciones, nuestro personal
catálogo, ordenado, de gustos. En ocasiones de forma lógica y coherente; en
otras, de manera harto irracional, tanto que incluso no deja de sorprendernos
al ser conscientes.
Con
Giuseppe Verdi, un genio, siempre lo he tenido claro en cuestión de
preferencias, tal vez no en explicaciones. De su monumental opus operístico,
tan extenso como excelso, donde tengo puestas todas mis complacencias es en el
denominado verdi pesado. Lejos, o no tanto, de su trilogía popular, Otello y
Don Carlo rivalizan constantemente por obtener el título de ópera verdiana
predilecta; nunca llego a tomar esa decisión: de las dos siempre me quedo con
ambas.
El
drama de Schiller (1759-1805) sobre el Infante Don Carlos atrajo a Verdi mucho
antes -15 años- de meterse en faena. En especial, el brutal enfrentamiento, sin
prisioneros, entre dos poderes absolutos de la época, la Monarquía
(Rey/Emperador) y la Iglesia Católica (Gran Inquisidor), temeroso uno del otro
aunque aliados contra las primeras brisas liberales de un cierto primigenio
librepensamiento (Infante, Posa). Un drama social y psicológico.
En 1867
ve la luz y el sonido, la versión original en francés en cinco actos siendo el
denominado acto de Fontainebleau el primero de ellos. Hasta 1884 no llegaría la
primera versión italiana en cuatro actos. En 1886 aparecería otra revisión en
italiano: la versión de Módena.
Verdi
logra con un profundísimo delineado psicológico de los diferentes personajes de
una sola pieza, ir esculpiendo en piedra sonora un perfil propio y definitorio
en sus propias arias o piezas de conjunto, similares u opuestos. Y a la vez
consigue hacer una cumbre de orquestación amplia y opresiva, primando las
cuerdas graves, realzando en los timbales, y desarrollando una suerte de
leit-motiv ¿guiño a Wagner? personales que conforman una demoledora dialéctica
circular, que únicamente encuentra reposo y conclusión tras las rejas de Yuste,
claustro al otro mundo.
Escuchemos
alguno de sus numerosos momentazos:
Acto II: Duetto DC-Posa: Dio che nell'alma
(vídeo
SchawDAMAN)
Acto II: Aria de Isabel de Valois Non pianger mia compagna
(vídeo
Jeanne90275)
Acto IV: Aria Filippo
II Ella giammai m'amo
(vídeo primopera)
Para cerrar el
círculo el Per me giunto del Acto
IV:
(vídeo Onegin65)
PS: queda pendiente una
entrada sobre Otello –no sea que se ponga celoso-
4 comentarios:
has elegido sensacionales interpretes, La Caballé inmensa,... un placer.
un abrazo
e imposible no amar a don Boris...
beso hacia Oriente
Tengo una amiga que siempre dice que el Don Carlo es como el cerdo, se aprovecha todo, y es cierto. Es de las pocas, aunque yo al Otello le añadiría Falstaff, por supuesto, donde no sobra nada, cosa que en el genial Verdi no siempre puedo decir, ya que las sacrílegas tijeras casi siempre se pueden utilizar, incluso en la Traviata.
El Don Carlo tiene una carga política impresionante, y también una humana desoladora.
La música, como es habitual en Verdi, no tiene desperdicio y lo mejor de lo mejor, conmueve.
Las versiones propuestas me parecen de reclinatorio y tratándose de una ópera tan inquisitorial, pues bueno, quizás me haya ganado una bula.
Espero ansioso al celoso Otello
Abrazos Barbebleue
Puestos a desafiar al poder supremo, confieso que el Falstaff nunca ha colmado mi sed; tal vez en la hoguera cambie de parecer, atentos.
Hablando de cerdo, ese mágico animal, podríamos añadir algunos más: Bodas, Boris (por empezar por la b)
Un abrazo Joaquim
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