miércoles, 20 de diciembre de 2023

Música sobre W. B. YEATS


Si siempre es complicado poner música a un poema ajeno, roza lo extraordinario si se trata de un poeta de la expresividad del irlandés William Butler Yeats (1865-1939). Más si cabe si se pretende musicar un poema tan místico e intenso como Before the world was made, perteneciente a su libro The Winding Stair and others poems (1933).

Dos grandes músicos británicos lo han hecho, y en mi opinión han salido más que airosos del desafío.

Van Morrison, en su disco Too Long In Exile (1993), adaptando un original de Kenny Craddock:


Mike Scott, con su grupo The Waterboys, en su disco An Appointment with Mr. Yeats (2011):


Before the World was Made

If I make the lashes dark
And the eyes more bright
And the lips more scarlet,
Or ask if all be right
From mirror after mirror,
No vanity’s displayed:
I’m looking for the face I had
Before the world was made.

What if I look upon a man
As though on my beloved,
And my blood be cold the while
And my heart unmoved?
Why should he think me cruel
Or that he is betrayed?
I’d have him love the thing that was
Before the world was made.


Antes de que el mundo fuera hecho 

Si oscurezco mis pestañas
y me pinto los ojos más brillantes,
y los labios más escarlata,
o si pregunto si todo está bien
en espejo tras espejo,
no hay gala de vanidad:
busco la cara que tuve
antes de que el mundo fuera hecho.

¿Y qué hay si miro a un hombre
como si fuera mi amado,
y mi sangre sigue fría,
mi corazón inconmovible?
¿Por qué ha de pensar que soy cruel
o que lo he traicionado?
Yo haría que amara lo que fui
antes de que el mundo fuera hecho.

Traducción de Nicolás Suescún.



miércoles, 29 de noviembre de 2023

David Gilmour 1978


Mil novecientos setenta y ocho fue el año elegido por el genial guitarrista de Pink Floyd para grabar y editar su primer álbum en solitario, alejado de la inmensa sombra de la ya por entonces popular banda británica, según sus propias palabras. Tampoco es casual que el disco se sitúe en plena etapa de confrontación dentro de Pink Floyd, entre su obra Animals y The Wall, cuando ya el bajista Roger Waters parecía hacerse con todo el control musical.

David Gilmour sintió esa liberación armando un disco, que sin ser ninguna obra maestra ni aportar novedades a su música, estaba repleto de buen blues-rock setentero. Todos los temas, salvo uno, eran de su propia composición y para grabarlos se limitó a añadir a su desempeño en guitarra y voz, dos colegas: Rick Willis al bajo y Willie Wilson a la batería. Alguna tecla y voces de soporte, y punto: sencillo y eficaz. De sus cinco álbumes en solitario es el que más aprecio.

La personalísima guitarra de Gilmour es siempre un compendio de buen gusto, perfecta ejecución y emotividad cercana: