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“Mon Réquiem… on a dit qu’il n’exprimait pas l’effroi de la mort, quelqu’un l’a appelé une berceuse de la mort. Mais c’est ainsi que je sens la mort: comme un délivrance heureuse, une aspiration au bonheur d’au-delà, plutôt que comme un passage douloureux” (Fauré)
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Un hombre, Gabriel Fauré (1845-1924), y una obra, su Réquiem op 48
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Un hombre, compositor y organista, dotado de toda la elegancia y el buen gusto francés. Una escuela abstraída por la sencillez de la melodía y la sutileza del lenguaje armónico, de aguda sensibilidad.
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Una obra, unitaria, íntima y extraordinariamente hermosa. La obra de una vida, para la historia, con unas peculiaridades únicas:
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Delicada introversión
Serena reflexión
Celestial armonía
Plenitud melódica
Plácida quietud
Flexibilidad fauréenne
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La dulce muerte, el sueño eterno…
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Delicioso en las primeras versiones (1888-1892-1893), más recogidas y sencillas. Escuchemos dos piezas de la interpretación que hace Philippe Herreweghe de la versión de 1893:
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III. Sanctus: celestiales arpegios de arpas y violas introducen el coro de sopranos, cuyo canto es contrastado por el violín, y soportado por el coro masculino. La fanfarria del Hosanna agita el momento contemplativo, pero sólo por unos instantes.
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Un hombre, Gabriel Fauré (1845-1924), y una obra, su Réquiem op 48
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Un hombre, compositor y organista, dotado de toda la elegancia y el buen gusto francés. Una escuela abstraída por la sencillez de la melodía y la sutileza del lenguaje armónico, de aguda sensibilidad.
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Una obra, unitaria, íntima y extraordinariamente hermosa. La obra de una vida, para la historia, con unas peculiaridades únicas:
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Delicada introversión
Serena reflexión
Celestial armonía
Plenitud melódica
Plácida quietud
Flexibilidad fauréenne
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La dulce muerte, el sueño eterno…
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Delicioso en las primeras versiones (1888-1892-1893), más recogidas y sencillas. Escuchemos dos piezas de la interpretación que hace Philippe Herreweghe de la versión de 1893:
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III. Sanctus: celestiales arpegios de arpas y violas introducen el coro de sopranos, cuyo canto es contrastado por el violín, y soportado por el coro masculino. La fanfarria del Hosanna agita el momento contemplativo, pero sólo por unos instantes.
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VII. In Paradisum: visión melódica de paz en las sopranos sostenidas por el punto de órgano, luego arpas y cuerdas en sordina, que nos va elevando en misticismo.
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7 comentarios:
la muerte, el fínal, bien se merece estos cantos celestiales, una cuna que mece, tiene razón Fauré...
precioso, gracias. Espero que en el paraíso haya también contraltos...no me lo quiero perder. Un abrazo.
Yo no comparto la visión de la muerte que tenía Fauré, como casi nadie, creyentes incluídos, pero escuchando su música a veces casi diría que le envidio.
Esa visión o sensación que Fauré tiene de la muerte, sólo puede darse desde la contemplación de un misterio que puede dejar el vacío necesario para que, el anhelo de una felicidad desconocida, la plenitud de saberse formando parte del Universo, la elegancia de expresar en música y sin palabras lo inefable, sean los brazos que nos mezan dulcemente hasta llegar a integranos y volver al orígen de donde vinimos...
Que así sea para todos.
Gracias Barbe por otro post exquisito. Acabo de escuchar "In paradisum" y así ha sido. No sé si te di las gracias por enlazar mi blog. En cualquier caso te las doy ahora.
Volveré al castillo.
Cada uno se enfrenta a la muerte como puede, es el acto más íntimo; de lo que no cabe duda es que ésta es una manera muy hermosa.
Gracias a todos por vuestras sensaciones.
Gracias a ti, Barbebleue, por traer aquí tanta belleza, paz, placer, consuelo. Lo hubiera dicho de forma más cursi, pero siento vergüenza, no sé por qué, de utilizar palabras como excelsa, inefable, exquisito, alma, corazón...
Gracias también por tu comprensión.
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