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Tercer título de la LXII temporada en el Campoamor. ¡Y vaya título! Posiblemente, al menos para quien suscribe, una de las más completas, redondas y hermosas óperas de toda la literatura: un paradigma. Sintetiza la madurez turbadora y la quintaesencia infatigable de Mozart, contando con el magnífico libreto de Da Ponte, extremadamente musical él también.
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La propuesta escenográfica de Alfred Kirchner descansaba sobre una vivaz y bien resuelta dirección de actores, de movimiento continuo, muy coral, tal vez para mi gusto en exceso bufa en determinados momentos. La escena era neutra y minimal: apenas unos paralelepípedos entelados, con movimiento horizontal, feos pero no molestos; creíble y seria la estatua marmórea, tan fallida en muchas ocasiones. Vestuario mix de Maria Elena Amos, aceptable. Sobresaliente la concepción de la escena final, usando la rampa hidráulica del suelo del escenario para hacer desaparecer al burlador por deslizamiento, entre vapores sulfurosos.
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Desde la perspectiva musical, yendo de más a menos, destacaría la magnífica lectura del joven director Pablo González, a quien tenía ganas de conocer en el foso. Pletórico de energía, apostó por unos tempi vivos, rico en dinámicas de claridad meridiana, y un portentoso empaque en los tutti. Posee este director un lenguaje corporal amplio y contagioso desde el que oficia con gran cuidado en los detalles, controlando en todo momento a la orquesta, enalteciendo la nobleza de aquellos pasajes de amplio aliento, y dramatizando, con pulsión, la tragedia en sus puntos culminantes.
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Pocas veces he visto una atención tan exquisita hacia los cantantes, arropándoles hasta con sus propios brazos. Extraordinario en los
concertantes, sosteniendo solícito el peso y el control de la enormidad musical. Una pena que la orquesta, la
OSPA, no estuviese a la altura de la dirección: comenzó tímida y vacilante, mediocre, para ir ganando calor y empaste según avanzaba la historia. Un director de futuro para una orquesta de más enjundia… (OBC)
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En el aspecto vocal la pareja más
mozartiana fue sin duda alguna la formada por Donna Anna (
Cinzia Forte) y Don Ottavio (
Antonio Lozano). La primera dotada de un fraseo elegante, de un
cantabile adecuado al rol, límpida y atractiva coloratura, de redondos agudos, aunque endeble en los graves. Aún careciendo del completo dramatismo del personaje, supo dejar un sentido
“Non mi dir”. El joven tenor murciano es dueño de una bella voz de sana y juvenil emisión, muy clara y emotiva, algo escaso de matices y afinación: muy resultón su
“Il mio tesoro”. Un tenor que sustituía al consagrado Celso Albelo, y que merece un seguimiento…
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El Leporello de
Simón Orfila fue dicho de forma clásica y contenida, sin un gran instrumento ni rico ni especialmente hermoso, sabe sacarle muy buen partido, creciéndose en la evolución y tratando de ennoblecer al listo y central criado. Llenó la escena por presencia y canto, sin sobresaltos y con eficacia.
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Un Commendatore,
Felipe Bou, serio, oscuro y comedido: creíble. Algo escaso de talla, fue engrandecido por caballo o escalera.
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Ainhoa Garmendia también compuso una Zerlina de manual, listilla, coqueta, sensual, vivaracha. Sin estar dotada de un límpida vocalidad, resuelve a plena satisfacción un agradecido papel. El tremendamente simplón Masetto de
Joan Martín-Royo, cumple sin aportar nada, es en exceso tonto para intentar matar a nadie. Una marioneta como bien se retrata en el aria
“Vedrai carino” colgándolo de un gancho y haciéndolo oscilar; vocalmente no tiene problema para defender su cometido.
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Bo Skovhus posee la figura y la resolución de Don Giovanni en escena, pero vocalmente no lo representa ni por asomo. Además de un fastidioso engolamiento vocal, con la voz muy, muy atrás, con una emisión dificultosa y afeada, tampoco conoce y posee el
canto mozartiano. Es brusco, entrecortado, sin
legato, sin ese sublime
cantabile marca de la casa… Carente del mínimo
eros resulta un burlador nórdico y brumoso, como su insípida serenata
“Deh, vieni alla finestra”.
La Donna Elvira de
Lioba Braun fue lo peor del elenco vocal. Si a un timbre ingrato, chillón, le añadimos una emisión forzada, un canto siempre tirante, y un agudo abierto en ocasiones
caprino, pues ya tenemos una Elvira parecida a una
harpía que merecía ser abandonada mucho antes de Burgos. Y si le unimos un tratamiento dramático que se movía entre lo
bufo y lo grotesco, olvidando el tono trágico y resignado, el resultado se resume en el término
penoso, tal cual su
“Mi tradì, quell'alma ingrata” (¡cuánta ingratitud!)
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El Coro, esta vez sí, justo cumplidor de su limitada parte.
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Un DG con más luces que sombras gracias a la batuta, especialmente en los dos
finales: belleza, libertad, pasión.
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Fuera esperaba la nieve en las boinas de los álamos…
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Como ilustración, perteneciente al Don Giovanni de J. Losey, veamos el aria de Donna Elvira
“Ah, chi mi dice mai” de la bella y elegante Kiri Te Kanawa descubriendo otro bellezón:
La Rotonda de
Palladio:
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