Casi mítico, en su aspecto fabuloso, resultó conocer que durante el LXI Festival de Ópera de A Coruña, tendríamos una función, en versión concierto, de la mítica, en su aspecto legendario, ópera Tristan und Isolde de Richard Wagner.
Y no
solo por la formidable obra programada sino también por el elenco presentado,
que además fue mejorando con el tiempo, como los caldos. Catherine Foster, la
Brünnhilde del pasado –Bayreuth 2013- dejaba a última hora su puesto a Eva-Maria
Westbroek, la Isolde del futuro –Bayreuth 2015- Algo de misterio envolvía el
cambio, pues la soprano holandesa todavía estaba preparando el rol para su
estreno en Dresde este otoño, y dos días antes de la función coruñesa defendía
su estupenda Sieglinde en Berlin.
¡Estaba
claro que algo divino soplaba sobre este TuI! Así también lo entendió un público
entregado que colmó el Palacio de la Ópera, y que esperaba ansioso a que sonase
ya el primer acorde de Tristán, pistoletazo de salida de una armonía cromática
que cambiaría la faz de la música clásica para siempre.
Un
venerable Eliahu Inbal enseguida encendió la mecha de la Orquesta Sinfónica de
Galicia con una lectura incandescente y brillante, veloz y vital, de fuerte carga dramática sabiamente mantenida, y muy expresiva e implacable especialmente en un áspero primer acto en el cual llevó al límite a la pareja
protagonista. Según avanzaba la obra, se fue relajando en la propia sublimidad
romántica, divina y humana, de la ópera. La estupenda orquesta gallega
respondió sin concesiones ni reservas, clara y diáfana, tanto en el arropamiento místico de la
cuerda como en la excelsitud evocadora de las maderas. Del Coro de la OSG en su
mínimo papel apenas se puede añadir más al consabido cumplidor.
Reconocimiento
hecho a los tres pequeños papeles secundarios, bien elaborados, de Borja Quiza,
Melot; Francisco Corujo, un pastor, un marinero; y César Sanmartín, un piloto,
comenzamos el repaso al elenco por el rey Marke de Gidon Saks, un precioso rol
que fue dicho con una mezcla de nobleza y envaramiento por el bajo israelí, en todo momento expresivo y doliente, obteniendo una gran acogida entre el público.
La
Brangane de Iris Vermillion alumbró lo
mejor de la mezzo alemana: un color muy particular –agrio, según un
colega- y una declamación matizada y redonda, que la llevó a una perfecta simbiosis con el maternal personaje.
El
Kurwenal de Jukka Rasilainen fue compuesto todo él con oficio más que con
instrumento. La pulcritud y la experiencia salían en ayuda de la única voz
incapaz de traspasar la orquesta.
Stephen
Gould, el heldentenor estadounidense reciente Siegfried en Munich, comenzó
forzado y muy opaco su Tristán navegante, sin rastros de metal; ¡vale que
Tristan no es Siegfried pero también es un héroe!. En el dúo de amor del segundo
acto y especialmente en su descomunal soliloquio del tercero, se vino arriba,
creció en todas las facetas de la voz y su expresión, cuajando un asombroso personaje,
crudo, real, doliente, interiorizado plenamente.
Todos
los oídos estaban puestos en la Isolda de la Westbroek, y tampoco su arranque
fue sobresaliente, lo cual era natural pues el primer acto es el más dramático
y pesado de la heroína; sobre un timbre hermoso y amplio, el agudo no terminaba
de salir, llegando el comprometido fraseo a bordear la frontera del vibrato natural.
Iba forzada y se le notaba en toda la gestualidad; daba la impresión que era la
parte menos adelantada en su preparación del personaje. Ella misma
había declarado que Isolda es su límite wagneriano. En el segundo acto, mucho
más cómoda, supo sacarle todas las virtudes a su voz -brillo, timbre, matiz- regalándonos, con Gould,
una maravillosa escena de pasión nocturna, de amor humano y divino. El
esperadísimo Mild und Leise final, mucho más trabajado, sumergió a la audiencia en esa inmensidad musical que representa esta ópera wagneriana.
Éxito
rotundo, agradecimientos enfervorizados, para un Tristan und Isolde al nivel de
lo mejor que hoy día pueda escucharse en el más reconocido teatro o auditorio. Lo dicho al comienzo: ¡Fabuloso!
A falta
del audio de la Westbroek nos conformaremos con la Muerte de Amor de Isolda en
mi versión favorita: Kirsten Flagstad con W. Furtwängler:
(petrof4056)
8 comentarios:
Me alegro de que a la Westbroek le fuera bien, nuestras esperanzas están puestas en ella. Y más me alegro por ti, que lo disfrutaste.
By the way, coincidimos en nuestra versión predilecta del mild und Leise.
¡Hola, Imperator! un placer leerte de nuevo.
Lo bueno de la Westbroek es que tiene mucho margen de mejora en este papel.
Coincidir en la versión referencial tampoco es tan raro...
Me encantan estas crónicas que haces, disfruto escuchándote y aprendo mucho. Gracias, Barbe.
Gracias, Conchita.
Me limito a relatar aquello que percibo, más con la piel que con la cabeza. Y, tal vez, con briznas de la misma ingenuidad que evidenciaba el maestro de ideas de Wagner: Arthur Schopenhauer.
por lo que nos cuentas un autentico placer, me alegro por ti y los coruñeses que la disfrutaron. Una buena noticia en medio de un alterado panorama operístico con el que empiezan la temporada el Real y el Liceu. Veremos!
besos
eventos como este alientan la esperanza.
un beso, pfp
Hace menos de dos semanas que vi esta maravilla en el Kennedy Center de Londres con solistas muy notables: Irene heorin como Isolda, Elizabeth Bishop como Brangäne, Ian Storey como Tristan y Wilhelm Sschwinghammer como rey Marke...dirigos por Philippe Auguin que parecía traer solo la cuarta parte de la orquesta. Un Tristan und Isolde tristemente mutilado por la casi ausencia de su partitura interpretada según escribió Wagner.
Me gusta mucho tu crónica de esta ópera y, por supuesto, cuando escucho a Flagstad pienso que no ha habido otra Isolde tan sublime en su muerte de amor.
Saludos, Barbe.
Personalmente pienso que sin orquesta no hay Wagner... y si, aún encima, mutilan a los amantes pues ¡pobres solistas!
A mi la Flagstad es la Isolda que más me conmueve, pese a la "todopoderosa" B. Nilsson.
Un abrazo, Glòria
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