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Continuando con la entrega anual del Anillo coruñés de la OSG, el pasado día 25, inaugurando la temporada de abono de la orquesta, tuvo lugar la interpretación de la primera jornada del festival escénico wagneriano: Die Walküre.
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Al igual que Das Rheingold el pasado año, y lo que parece norma para el futuro, la ópera se ha leído en versión concierto, lo cual uno ya lo va considerando un plus, tanto por evitar penosas y antimusicales escenografías, como por el deleite de contemplar a una orquesta en pleno proceso productivo. Goce visual y auditivo debido a una excelente centuria sobre un escenario: el frotamiento de los atareados contrabajos, el fulgor preparativo de los metales, la continua asistencia a las maderas o el maravilloso ajetreo de la percusión.
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Sin retrasos y con el aforo completo, el maestro titular Víctor Pablo Pérez atacó el desasosegante preludio al lírico primer acto, con empuje y control, rico en colores. En escena una elegantísima Anja Kampe, Sieglinde de alta escuela, lírica-spinto de hermosos agudos, amplios matices y elegante fraseo; enamorada y entregada (O hehrstes Wunder!), heroica incluso en su determinación (una de las triunfadoras). A su lado John Treleaven, Siegmund de voz gastada y opaca, ni heroico ni juvenil, de emisión forzada y tensa pero voluntariosa, suplió con oficio las muchas limitaciones vocales llevando adelante el papel salvo en las exigencias (Wälse, wälse). Enfrente Attila Jun, Hunding recio, severo, canónico, de impactantes graves y atemorizante ademán (Ich weiß ein wildes Geschlecht). Un primer acto muy bien conducido por VPP, con emoción y dulzura, exaltando el entusiasmo y apianando la ternura; rubateando con generosidad, según manda nuestro señor Thielemann. Excelente el brillante tema de la espada, etéreo el motivo del Walhalla.
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El proteico segundo acto nos agració con más excelencia vocal: Jennifer Wilson expresa una Brünnhilde especialmente lírica y sensible, su voz es brillante, bella y expansiva en el agudo, muy homogénea. Espectacular en su entrada (Hojotoho!), quizá resulta algo escasa de cuerpo en la zona media-baja para la Valquiria más heroica y las futuras jornadas. Juha Uusitalo es un Wotan convincente en su recitado, altanero, algo ligero y escaso de anchuras (muy baritonal), pero redondo y noble en su vocalidad y humano en sus penurias (el otro triunfador de la noche). Una pareja de protagonistas de espléndido porvenir, a través de un ensanchamiento vocal y psicológico de unos roles para toda una vida. Elena Zaremba, una Fricka moscovita de osura emisión y agraciadas dotes dramáticas, apareció inquieta, con un cierto vibrato y terminó el diálogo con su marido, con convicción y atrevimiento. Aquí VPP comenzó a escorarse hacia el estruendo orquestal: molesto en el monólogo de Wotan, en los pasajes más íntimos del sinceramiento del dios con su hija, llegando a velar al bajo-barítono, efecto potenciado por la ausencia de foso.
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El tercero se abrió con una tremenda, tremendista y tremebunda Cabalgata, marca de la casa, desaforada en su volumen pero precisa en su lectura instrumental. Consiguiendo tapar no sólo a las ocho espantadas valquirias sino a treinta y nueve que hubiese. El beso de Wotan y su sentida despedida de Brünnhilde, previa al motivo del Fuego Mágico de Loge, fue el momento óptimo del acto: con el mejor Uusitalo, perfecto de línea, sensible y cantable, melódico en su monólogo, padre sufriente (Der Augen leuchtendes Paar); y una orquesta controlada llorando con el dios. Magnífica exposición reiterativa del motivo de Siegfried, cautivador el del Fuego.
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Al igual que Das Rheingold el pasado año, y lo que parece norma para el futuro, la ópera se ha leído en versión concierto, lo cual uno ya lo va considerando un plus, tanto por evitar penosas y antimusicales escenografías, como por el deleite de contemplar a una orquesta en pleno proceso productivo. Goce visual y auditivo debido a una excelente centuria sobre un escenario: el frotamiento de los atareados contrabajos, el fulgor preparativo de los metales, la continua asistencia a las maderas o el maravilloso ajetreo de la percusión.
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Sin retrasos y con el aforo completo, el maestro titular Víctor Pablo Pérez atacó el desasosegante preludio al lírico primer acto, con empuje y control, rico en colores. En escena una elegantísima Anja Kampe, Sieglinde de alta escuela, lírica-spinto de hermosos agudos, amplios matices y elegante fraseo; enamorada y entregada (O hehrstes Wunder!), heroica incluso en su determinación (una de las triunfadoras). A su lado John Treleaven, Siegmund de voz gastada y opaca, ni heroico ni juvenil, de emisión forzada y tensa pero voluntariosa, suplió con oficio las muchas limitaciones vocales llevando adelante el papel salvo en las exigencias (Wälse, wälse). Enfrente Attila Jun, Hunding recio, severo, canónico, de impactantes graves y atemorizante ademán (Ich weiß ein wildes Geschlecht). Un primer acto muy bien conducido por VPP, con emoción y dulzura, exaltando el entusiasmo y apianando la ternura; rubateando con generosidad, según manda nuestro señor Thielemann. Excelente el brillante tema de la espada, etéreo el motivo del Walhalla.
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El proteico segundo acto nos agració con más excelencia vocal: Jennifer Wilson expresa una Brünnhilde especialmente lírica y sensible, su voz es brillante, bella y expansiva en el agudo, muy homogénea. Espectacular en su entrada (Hojotoho!), quizá resulta algo escasa de cuerpo en la zona media-baja para la Valquiria más heroica y las futuras jornadas. Juha Uusitalo es un Wotan convincente en su recitado, altanero, algo ligero y escaso de anchuras (muy baritonal), pero redondo y noble en su vocalidad y humano en sus penurias (el otro triunfador de la noche). Una pareja de protagonistas de espléndido porvenir, a través de un ensanchamiento vocal y psicológico de unos roles para toda una vida. Elena Zaremba, una Fricka moscovita de osura emisión y agraciadas dotes dramáticas, apareció inquieta, con un cierto vibrato y terminó el diálogo con su marido, con convicción y atrevimiento. Aquí VPP comenzó a escorarse hacia el estruendo orquestal: molesto en el monólogo de Wotan, en los pasajes más íntimos del sinceramiento del dios con su hija, llegando a velar al bajo-barítono, efecto potenciado por la ausencia de foso.
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El tercero se abrió con una tremenda, tremendista y tremebunda Cabalgata, marca de la casa, desaforada en su volumen pero precisa en su lectura instrumental. Consiguiendo tapar no sólo a las ocho espantadas valquirias sino a treinta y nueve que hubiese. El beso de Wotan y su sentida despedida de Brünnhilde, previa al motivo del Fuego Mágico de Loge, fue el momento óptimo del acto: con el mejor Uusitalo, perfecto de línea, sensible y cantable, melódico en su monólogo, padre sufriente (Der Augen leuchtendes Paar); y una orquesta controlada llorando con el dios. Magnífica exposición reiterativa del motivo de Siegfried, cautivador el del Fuego.
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Mención aparte y especial para la orquesta, cuyas secciones estuvieron todas a una gran altura: Metales afinados, poderosos y brillantes; Maderas calurosas, ensoñadoras y poéticas. Cuerdas prodigiosas, enérgicas y fibrosas, aunadas y ambiciosas; Timbales musicales y omnipresentes. La OSG tiene a Wagner en sus atriles… tan sólo se añora el refinamiento y la hondura dramático-psicológica en un podio que, para entendernos tiende mucho más hacia Keilberth que hacia Kna.
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A falta, por el momento de registros sonoros del evento, dejo como ilustración musical un video de la Valquiria de Florencia 2007 , subido por maac, con el mismo reparto paterno filial:
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