martes, 29 de diciembre de 2009

In Dulci Jubilo

Este año no tenía pensada ninguna música navideña, salvo la obligada y casi litúrgica audición del Oratorio de JS Bach. Pero ya sabemos que la contaminación se suda, y entre turrones, pasas y lucerío he sucumbido al festejo. Y como la música todo lo ennoblece me he dejado arrastrar, no sin deleite, hasta los albores del XVII.
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Michael Praetorius (1571-1621) el prolífico y autodidacta compositor de Creuzburg, hijo de un alumno de Lutero, sintetizó la ortodoxia del luteranismo legándonos un ingente acopio de Corales (himnos de la Reforma) de hermosa factura y elevada espiritualidad. En el preciso cruce de la tradición alemana y la nueva escuela italiana, acertó a amalgamar el sentimiento melódico (casi madrigalesco) con la sólida estructura armónica protestante.
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Para el tiempo de Navidad están escritos muchos de sus más conocidos motetes-corales como “In dulci Jubilo” que hoy propongo, perteneciente a la colección de hermoso nombre Polyhymnia caduceatrix et panegyrica (1619). Una pieza donde la más delicada homofonía se ensalza en el contraste con la poderosa polifonía (y policoralidad) creando un irreal efecto espacial en el paso a través de las distintas voces, de los solistas al tutti; y en la conjunción de ellas con una instrumentación henchida de metal.
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Aquí lo adjunto en la sobrenatural interpretación de los Gabrieli Consort & Players, y el Roskilde Cathedral Boys' Choir, dirigidos por Paul McCreesh:
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¡¡¡ FELIZ Y MUSICAL AÑO NUEVO !!!

martes, 22 de diciembre de 2009

Cartas Íntimas

“… a veces los sentimientos son en sí mismos tan poderosos que las notas esconden detrás de ellas una evasión.” (Leos Janácek)
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Esta potente frase se encuentra en la amplia correspondencia de Janácek con su último amor, Kamila Stösslová, a propósito del Cuarteto de cuerda n.2 “Cartas íntimas”. Una obra que el gran músico checo compuso sobre y a partir de la intensa relación epistolar que mantuvieron durante trece años y más de setecientas cartas. Una pasión irresistible que iluminó los últimos años de Janácek, y un amor tan íntimo, platónico, que buscó la más pura de las voces instrumentales: el cuarteto de cuerda.
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“He comenzado a escribir algo hermoso. Contendrá nuestra vida… Cuánto me alegro! Estaré a solas contigo. Nadie entre nosotros…” (Leos Janácek)
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Kamila Stösslová
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El Cuarteto, partiendo del amor como motor creativo, es un intensísimo fresco de sentimientos convertidos en una conversación, con sus propias fluctuaciones de ritmos, intensidades y tempi. Janácek despliega toda la gama de estados de ánimo, desde la queja amorosa henchida de tristeza hasta el grito desesperado, la melancolía y la euforia, la joie de vivre y la desesperación, en una arrebatadora partitura. Con la viola como instrumento dramático por excelencia y conductora psicológica de la relación (Kamila), y todo el lirismo exasperado de la disonancia y el cromatismo, amén de la personalísima tímbrica del autor.
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Escuchemos la pasional versión del Cuarteto Vlach de Praga (videos de amadeus9man)
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I. Andante con moto - Allegro: enérgico inicio que da paso a la belleza de la emoción “desde que la he visto por primera vez” en el primer violín:
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II. Adagio - Vivace: profundo en los temas de la viola, incrementando la tensión en el desarrollo:
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III. Moderato – Adagio - Allegro: un tema balanceante que se agita en la catarata de sentimientos del presto:
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IV. Allegro – Andante - Adagio: un tema de danza, de aromas folclóricos e inquietos, que da paso a la recapitulación de todas las emociones en las evocación de la Katia Kabanová y los reflejos del Volga:
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En estas fechas de buenos deseos sirva esta preciosa obra, nacida del más profundo AMOR, para desearos ... FELICIDAD

martes, 15 de diciembre de 2009

El paraíso de Fauré

Nebulosa del Cisne
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“Mon Réquiem… on a dit qu’il n’exprimait pas l’effroi de la mort, quelqu’un l’a appelé une berceuse de la mort. Mais c’est ainsi que je sens la mort: comme un délivrance heureuse, une aspiration au bonheur d’au-delà, plutôt que comme un passage douloureux” (Fauré)
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Un hombre, Gabriel Fauré (1845-1924), y una obra, su Réquiem op 48
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Un hombre, compositor y organista, dotado de toda la elegancia y el buen gusto francés. Una escuela abstraída por la sencillez de la melodía y la sutileza del lenguaje armónico, de aguda sensibilidad.
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Una obra, unitaria, íntima y extraordinariamente hermosa. La obra de una vida, para la historia, con unas peculiaridades únicas:
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Delicada introversión
Serena reflexión
Celestial armonía
Plenitud melódica
Plácida quietud
Flexibilidad fauréenne
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La dulce muerte, el sueño eterno…
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Delicioso en las primeras versiones (1888-1892-1893), más recogidas y sencillas. Escuchemos dos piezas de la interpretación que hace Philippe Herreweghe de la versión de 1893:
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III. Sanctus: celestiales arpegios de arpas y violas introducen el coro de sopranos, cuyo canto es contrastado por el violín, y soportado por el coro masculino. La fanfarria del Hosanna agita el momento contemplativo, pero sólo por unos instantes.
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VII. In Paradisum: visión melódica de paz en las sopranos sostenidas por el punto de órgano, luego arpas y cuerdas en sordina, que nos va elevando en misticismo.
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fotografías de Astromía (nebulosa del cisne M17, galaxia NGC3370, joyero de estrellas)

viernes, 11 de diciembre de 2009

DG: la plegaria

Entre el amplio catálogo de genialidades de WA Mozart destacaría hoy su habilidad para crear belleza dentro de la belleza, enfatizar lo sublime, llevar hasta la saturación los sentidos, añadiendo una perla musical allí donde ya fluye toda la música del mundo.
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Recogiéndose sobre sí mismo, nos eleva a la trascendencia, haciéndonos gritar en desesperación gozosa ¡Por dios, para ya Wolfie, que me salgo del cuerpo!
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En los finales de sus grandes óperas tenemos un buen ejemplo de este don: la gracia con la que va introduciendo, en una cadena casi sin fin, nuevos temas, nuevas dinámicas, nuevo dramatismo, haciendo bailar a los personajes en una danza celestial. Y en medio de esa pura pureza, acierta a introducir un fragmento, un pasaje, un perdón, una plegaria, rompiendo el ritmo musical por un instante, y que nos arroba por impregnación.
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Pensemos en el angelical perdón de la Condesa “Più docile io sono” del final de Le Nozze di Figaro, o en el de la ilustración musical de hoy: “Protegga il giusto cielo” el terceto de máscaras del finale primo de Don Giovanni. Modula la tonalidad en las cuerdas, las cuales, desapareciendo, dejan la trascendencia a las maderas, y la súplica en las voces de Anna, Elvira y Ottavio, cantando al Cielo:
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Lisa Della Casa, Donna Elvira
Elisabeth Grümmer, Donna Anna
Leopold Simoneau, Don Ottavio
Wiener Philharmoniker
Dimitri Mitropoulos (1956)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Don Giovanni en Oviedo

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Tercer título de la LXII temporada en el Campoamor. ¡Y vaya título! Posiblemente, al menos para quien suscribe, una de las más completas, redondas y hermosas óperas de toda la literatura: un paradigma. Sintetiza la madurez turbadora y la quintaesencia infatigable de Mozart, contando con el magnífico libreto de Da Ponte, extremadamente musical él también.
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La propuesta escenográfica de Alfred Kirchner descansaba sobre una vivaz y bien resuelta dirección de actores, de movimiento continuo, muy coral, tal vez para mi gusto en exceso bufa en determinados momentos. La escena era neutra y minimal: apenas unos paralelepípedos entelados, con movimiento horizontal, feos pero no molestos; creíble y seria la estatua marmórea, tan fallida en muchas ocasiones. Vestuario mix de Maria Elena Amos, aceptable. Sobresaliente la concepción de la escena final, usando la rampa hidráulica del suelo del escenario para hacer desaparecer al burlador por deslizamiento, entre vapores sulfurosos.
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Desde la perspectiva musical, yendo de más a menos, destacaría la magnífica lectura del joven director Pablo González, a quien tenía ganas de conocer en el foso. Pletórico de energía, apostó por unos tempi vivos, rico en dinámicas de claridad meridiana, y un portentoso empaque en los tutti. Posee este director un lenguaje corporal amplio y contagioso desde el que oficia con gran cuidado en los detalles, controlando en todo momento a la orquesta, enalteciendo la nobleza de aquellos pasajes de amplio aliento, y dramatizando, con pulsión, la tragedia en sus puntos culminantes.
.Pocas veces he visto una atención tan exquisita hacia los cantantes, arropándoles hasta con sus propios brazos. Extraordinario en los concertantes, sosteniendo solícito el peso y el control de la enormidad musical. Una pena que la orquesta, la OSPA, no estuviese a la altura de la dirección: comenzó tímida y vacilante, mediocre, para ir ganando calor y empaste según avanzaba la historia. Un director de futuro para una orquesta de más enjundia… (OBC)
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En el aspecto vocal la pareja más mozartiana fue sin duda alguna la formada por Donna Anna (Cinzia Forte) y Don Ottavio (Antonio Lozano). La primera dotada de un fraseo elegante, de un cantabile adecuado al rol, límpida y atractiva coloratura, de redondos agudos, aunque endeble en los graves. Aún careciendo del completo dramatismo del personaje, supo dejar un sentido “Non mi dir”. El joven tenor murciano es dueño de una bella voz de sana y juvenil emisión, muy clara y emotiva, algo escaso de matices y afinación: muy resultón su “Il mio tesoro”. Un tenor que sustituía al consagrado Celso Albelo, y que merece un seguimiento…
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El Leporello de Simón Orfila fue dicho de forma clásica y contenida, sin un gran instrumento ni rico ni especialmente hermoso, sabe sacarle muy buen partido, creciéndose en la evolución y tratando de ennoblecer al listo y central criado. Llenó la escena por presencia y canto, sin sobresaltos y con eficacia.
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Un Commendatore, Felipe Bou, serio, oscuro y comedido: creíble. Algo escaso de talla, fue engrandecido por caballo o escalera.
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Ainhoa Garmendia también compuso una Zerlina de manual, listilla, coqueta, sensual, vivaracha. Sin estar dotada de un límpida vocalidad, resuelve a plena satisfacción un agradecido papel. El tremendamente simplón Masetto de Joan Martín-Royo, cumple sin aportar nada, es en exceso tonto para intentar matar a nadie. Una marioneta como bien se retrata en el aria “Vedrai carino” colgándolo de un gancho y haciéndolo oscilar; vocalmente no tiene problema para defender su cometido.
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Bo Skovhus posee la figura y la resolución de Don Giovanni en escena, pero vocalmente no lo representa ni por asomo. Además de un fastidioso engolamiento vocal, con la voz muy, muy atrás, con una emisión dificultosa y afeada, tampoco conoce y posee el canto mozartiano. Es brusco, entrecortado, sin legato, sin ese sublime cantabile marca de la casa… Carente del mínimo eros resulta un burlador nórdico y brumoso, como su insípida serenata “Deh, vieni alla finestra”
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La Donna Elvira de Lioba Braun fue lo peor del elenco vocal. Si a un timbre ingrato, chillón, le añadimos una emisión forzada, un canto siempre tirante, y un agudo abierto en ocasiones caprino, pues ya tenemos una Elvira parecida a una harpía que merecía ser abandonada mucho antes de Burgos. Y si le unimos un tratamiento dramático que se movía entre lo bufo y lo grotesco, olvidando el tono trágico y resignado, el resultado se resume en el término penoso, tal cual su “Mi tradì, quell'alma ingrata” (¡cuánta ingratitud!)
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El Coro, esta vez sí, justo cumplidor de su limitada parte.
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Un DG con más luces que sombras gracias a la batuta, especialmente en los dos finales: belleza, libertad, pasión.
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Fuera esperaba la nieve en las boinas de los álamos…
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Como ilustración, perteneciente al Don Giovanni de J. Losey, veamos el aria de Donna Elvira “Ah, chi mi dice mai” de la bella y elegante Kiri Te Kanawa descubriendo otro bellezón: La Rotonda de Palladio:
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