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Lo que estaba siendo un Siegfried resultón, a mitad de camino entre lo heroico y lo pedestre, se vino estruendosamente abajo en la bellísima escena final del Despertar de Brünnhilde y su incandescente dúo de amor. Sin pareja, Jon Fredric West-Siegfried, apurado, tiró de oficio, ímpetu y resolución para salvar al menos el tesoro del mundo. Nadine Secunde, una voz cansada, escasamente timbrada, sin homogeneidad alguna, fuera de rol, huérfana de fiato, de una tirantez que provocaba angustia, no es que calara aquí o allá, (algo que podríamos perdonar) sino que desafinaba compases enteros. Sin canto ni resuello hizo el papelón de su vida, incapaz en todo momento con la partitura: tan pronto gritaba un agudo, como aparecía otro timbre en un grave o directamente se ahogaba en un sin palabras. Un desastre sin paliativos.
JF West, reconocido tenor wagneriano, un Siegfried maduro que puso sobre el escenario más oficio que vocalidad. Su voz, lejos del broncíneo timbre del legendario heldentenor, sonaba algo opaca, dando muestra de ciertas dificultades. Pero fue capaz de suplir esas carencias convenciendo, sobre todo en el heroico primer acto, con un impulso casi juvenil y un dominio de la escena y el papel que le crecieron ante la audiencia. En la enérgica aria de la forja se ganó al respetable por la heroicidad de su ataque (a veces descontrolado), el convencimiento de su impulso y el ardor de su fogosidad, potente, bien ritmada y algo destemplada. Admirable y convincente, al menos en directo.
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Mime, Gerhardt Siegel, compuso un enano de manual. Sigiloso, serpenteante, venenoso, hipócrita: tiene en su voz todo lo que precisa el personaje y mucho más. Extraordinario.
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Wanderer, Alan Titus, mucho mejor que en las últimas ocasiones que le había escuchado. Aunque algo mate, controló hasta casi desaparecer su molesto vibrato y el engolamiento, dejando frases de gran altura y perfecta emisión. Más que correcto.
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Alberich, Oleg Bryjak, poderosa voz de enorme emisión para un estremecedor nibelungo negro, tal vez sin la oscuridad requerida para un personaje que se quedó en gris. Suficiente y sobrado.
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Jill Grove, consistente y adecuada Erda.
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Pájaro, María José Moreno, y Fafner, Attila Jun: cumplidores.
La OSG mejor que su director: extraordinaria en los metales con trompas y trombones de fábula, con una tímbrica de altura, pero, como a lo largo de toda esta Tetralogía anual, sin el vuelo poético, la cuerda encendida de las mejores escenas líricas. Víctor Pablo Pérez resulta en Wagner un kapellmeister que lee con estruendo la partitura. Rico en texturas, ritmos y dinámicas, carece del control de tempi y el romántico rubato de un gran director wagneriano; cacharrea más que poetiza.
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Una pena porque así al alma le cuesta salir a pasear…
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Como ilustración veamos una escena de la película Siegfried (1924) de Fritz Lang; un film mudo al que se le ha añadido en esta ocasión la célebre aria de la forja de Wagner:
video de einherjar1965